El canto de la esperanza
Domingos de Malecón
Jorge Bátiz
Decidí desde temprana hora que el paseo dominical de este día sería nocturno, así que me dediqué a realizar labores de la casa tan arduas, pero muy importantes como cambiar unos focos, arreglar el cable de la televisión, entre otras, para quedar libre y despejado.
Apenas oscureció, salí contento rumbo al Malecón y con un espíritu de fiesta.
Me sorprendió ver a tanta gente, todo Vallarta decidió dar un paseo por el Malecón, eso es una buena noticia.
No pasaron ni diez minutos cuando vi acercarse a mi compadre Tobirio, venía caminando a pasos muy lentos, como si no quisiera llegar o trajera alguna carga que le impidiera acelerar el paso.
Hasta pensé que iba y no que venía hacia a mí, ya que era muy poco lo que avanzaba.
-Cómo está compadre, le dije con entusiasmo.
-Enfermo compadre, me contestó con una voz que sonaba realmente a algo grave.
¿Qué le duele mi Tobirio?
-El alma compadre.
-Me quedé mudo, su respuesta me aniquiló.
-Mi compadre Tobirio me pidió que bajáramos a la playa para sentarnos recargados justamente en la barda del Malecón.
-Compadre, -me dijo-, vengo con el corazón triste, me enteré que la hija de mi amiga Gloria Flores tiene leucemia, y que si no la operan morirá.
Se me hizo un nudo en la garganta, quise decir cualquier cosa, pero la verdad en todo el diccionario no sirve una palabra que sirva para estos casos.
-La chiquitina Fernanda Valeria Gómez tiene 9 años de edad compadre, y fue en mayo del año pasado cuando le aparecieron los síntomas de enfermedad con anorexia, fatiga y fiebres continuas.
-Después de realizarle estudios le diagnosticaron leucemia mieloide de carácter mortal, pero con la posibilidad de salvarla mediante un trasplante alogénico de médula ósea.
-Como usted sabe compadre, le entiendo algo a eso de los términos médicos por un curso que tomé hace algunos años y porque siempre me ha fascinado el mundo del cuerpo humano y he indagado en ello.
Me di cuenta que en verdad sabía de lo que hablaba y aunque yo no entiendo mucho de esto, lo cierto es que la situación estaba muy triste para la chiquitina y su familia.
-El problema compadre, -continuó Tobirio-, es que esa operación cuesta tres millones y medio de pesos y la tendrían que realizar en Houston, y la familia de Fernandita no tiene muchos recursos.
-Y lo más grave es que sigue pasando el tiempo en perjuicio de la pequeña.
-Ayer estuve platicando con ella compadre, y aunque se ve bastante fuerte, su carita tiene un dejo de tristeza, de melancolía, sabe perfectamente que si no la operan morirá sin remedio.
-Sus familiares han pasado días enteros visitando las escuelas para solicitar apoyo, y aun cuando han encontrado respuesta, apenas suman arriba de los cincuenta mil pesos, imagínese compadre, todo lo que les hace falta.
-Día y noche buscan conseguir más fondos para mandar el depósito a Houston y les puedan de esta forma programar la operación.
Se quedó Tobirio unos segundos pensando, yo mientras tanto seguía mudo, recordando que tengo una hijita de la misma edad y pensando en la desesperación de sus padres.
-Compadre, tratemos de ayudarla de alguna manera, con lo poquito que podamos, buscando apoyos con otra gente, al fin conocemos a más de medio Vallarta, piense que podríamos ser nosotros quienes estuviéramos en esa triste situación.
-Fernanda Valeria tiene muchas esperanzas, compadre, ayer me decía que Diosito la ayudaría, que quería seguir viviendo porque ama la naturaleza, los animalitos, al sol y todo cuanto nos rodea.
Guardamos silencio como para reflexionar, para pensar de qué manera le podríamos ayudar a Fernandita.
Pasaron varios minutos, no sé cuántos, el mismo mar se escuchaba silencioso, apenas murmuraba sonidos indescifrables, pero que me parecía tenían que ver con lo que hablábamos.
-¡Espéreme un momento, compadre!, gritó Tobirio y saltó la barda para correr calles arriba.
No me moví de mi lugar, sentía el pecho oprimido y no pensaba más que en Valeria, en su dolor y en la pena tan grande que aqueja a su familia.
De pronto escuché el grito de mi compadre: -¡Vamos, compa!, ayúdeme, no nos vamos a quedar de brazos cruzados.
Mi compadre Tobirio traía una guitarra en una mano y en la otra un pandero, salidos de quién sabe dónde.
-Vamos a tocar compadre, a pedir ayuda a nuestra gente.
Me entusiasmó mi compadre, sólo que yo no sé cantar e incluso estaba seguro que mi compadre no sabía tocar la guitarra.
Me extendió el pandero y me dijo: “Arránquese compadre, con El rey, de José Alfredo”.
Lo miré escéptico, la gente, como si adivinara que algo extraordinario iba a pasar, se fue acercando como en espera de que iniciara el concierto.
-Amigos, acérquense, vengan que ya vamos a iniciar, vamos a cantar la canción de la esperanza, tenemos que ayudar a una amiguita que necesita urgentemente una operación, vamos, éntrenle, con lo que sea su voluntad, va por Valeria, hoy por ella, mañana por nosotros, tenemos que salvarla, tiene leucemia pero la vida le ofrece otra oportunidad.
Mi compadre gritaba y la gente respondía, al menos iba creciendo en número mientras que yo empezaba a sudar frío, tenía en mis manos un pandero que aunque suponía que sería más fácil tocar que la guitarra, no me parecía nada familiar.
Yo voy a hacer lo posible porque esto suene bien.
-¿Usted sí sabe tocar la guitarra verdad Tobirio?
-Claro que no compadre, la compré para aprender pero nunca conseguí sacarle una nota.
-Entonces ¿qué vamos a hacer?
-Usted échele la voz y hacemos como que tocamos, al fin lo que nos interesa es conseguir fondos compadre.
-“Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera, sé que tendrás que llorar…”
La guitarra apenas sonaba, mi compadre inteligentemente sólo hacía que la rasgaba, yo por mi parte movía el pandero arrítmicamente y hacia la segunda voz, porque la verdad canto muy mal.
La gente seguía llegando al lugar del concierto del siglo, más por curiosidad y morbo, e incluso comenzaban a escucharse algunas tímidas risitas, que más tarde se convirtieron en carcajadas, y es que ni siquiera llevábamos bien la letra de la canción, en varias ocasiones la cambiamos, yo ya no sudaba, a esas alturas sólo quería contagiar a esa gente para que nos ayudara.
Terminamos nuestra canción y hubo quienes hasta aplaudieron, de burla por supuesto, pero lo más importante es que comenzaron a echar mano de sus bolsillos, sacaban monedas, billetes y los depositaban en una toalla que mi compadre había colocado en el piso antes de que termináramos con el berreo.
Logramos recabar alrededor de 700 pesos, y sólo con una canción, y además, totalmente desentonada, aunque nadie nos podría criticar falta de valor y sentimiento.
Mi compadre Tobirio se disculpó con nuestro público: “Perdonen ustedes porque estamos muy lejos de ser artistas, lo único que deseamos es ayudar a una amiguita que está enferma, quiero darles las gracias por su apoyo y rogarles que nos ayuden en todo lo que puedan, les voy a dar un número de cuenta a quienes les interese para que le depositen algún donativo a Fernanda Valeria, una linda pequeñita de tan solo nueve años de edad que lucha por la vida.
-En banco HSBC el número es 61566117012 a nombre de la chiquitina Fernanda Valeria Gómez Flores, por favor, y muchas gracias por aguantarnos.
Mi compadre me dio la mano en señal de triunfo, tomó los instrumentos y con lágrimas rodando por sus mejillas se fue tarareando la canción del ídolo de Guanajuato.