Narrativas a debate

La ciudad imaginada /Dr. José Alfonso Baños Francia

La repetición narrativas configura imaginarios que no coinciden con los argumentos que proporciona la historia escrita

Es frecuente leer en los folletos de promoción que Puerto Vallarta tuvo su origen como un pueblito de pescadores. Esta imagen idealizada suena atractiva para los mercados turísticos, pero no parece tener mucho sustento al revisar los fragmentos de la historia local. Si nos situamos en 1851 con la llegada de Guadalupe Sánchez y el establecimiento del puerto de Las Peñas, podremos encontrar que la principal actividad del fundador fue el comercio de sal para las minas de la Sierra Occidental de Jalisco. Y con el paso del tiempo, el motor de la región descansó en la agricultura y ganadería, dinámicas reforzadas con tareas como la pesca que aportaron, pero de manera complementaria.

El establecimiento de la compañía Montgomery en Ixtapa da cuenta de la importancia que tuvo el campo para la creación de empleos y el sostenimiento de la vida económica. La extensión de tierra cultivable con que se disponía llegaba casi a las treinta mil hectáreas y la infraestructura instalada incluía un puente de acero que formaba parte de un sistema de ferrocarril para transportar el plátano a Boca de Tomates, en donde era embarcado a los Estados Unidos de América. De no haber sido por la reforma agraria y la dotación ejidal, es probable que la Montgomery se hubiera mantenido por mucho tiempo, participando en el desarrollo regional.

Durante el mismo periodo, no se tienen datos sobre de la producción pesquera en la bahía ni se conoce de flotas de barcos dedicados a ello, si bien se contaba con cooperativas como la del Rosita.

Con la llegada de la actividad recreativa en la segunda mitad del siglo XX, encontramos otra narrativa que ha calado hondo en la historia local y que se refiere al rodaje de “La noche de la iguana” en 1963. Prevalece el convencimiento de que este hecho es fundamental para la consolidación turística vallartense y definitoria en su vocación. Y si bien la filmación tuvo innegables aspectos positivos, como fue dar a conocer el destino en mercados tan importantes como el estadounidense y en particular el californiano, ya se contaba con una estructura recreativa y múltiples inversiones que apuntaban al turismo como principal tarea económica en la bahía de Banderas.

De estas podemos mencionar la construcción del aeropuerto que facilitó la llegada de vuelos regulares de la compañía Mexicana de Aviación, así como la dotación de una incipiente, pero nada despreciable infraestructura de hospedaje, contando con el hotel Rosita, el Paraíso al tiempo que se edificaba el Posada Vallarta, conjunto asentado en una gran extensión y que consideraba múltiples comodidades para hacer agradable la experiencia en este paraíso. 

Con los dos ejemplos mencionados, no pretendemos minimizar el papel de los pescadores en nuestro puerto ni cuestionar la relevancia de “La noche de la iguana” para el turismo sino reflexionar sobre la creación de relatos que parecen servir a la mercadotecnia turística, aunque se alejen de lo que realmente sucedió. La repetición constante de ambas narrativas configura imaginarios que aportan a la identidad vallartense, pero que parecen no coincidir con los argumentos que proporciona la historia escrita.