¿Y tú mientes?

Mientras el mitómano padece un trastorno emocional que consiste en imaginar, ver y sentir cosas que no pasan realmente para el resto de su grupo social; el mentiroso sabe que sus comentarios o justificaciones son en realidad falsos y pretenden conseguir la argucia.

Por: Psicoloogo Demetrio Hernández Llamas

 

Las intenciones por mentir  se originan  desde  el autoengaño, y se extienden  hasta los vínculos sociales y al funcionamiento de las relaciones humanas. Reconocer los mecanismos y los motivos que llevan a los sujetos a mentir tiene diferentes dimensiones dependiendo de las circunstancias, y puede ser valorado también de acuerdo a los intereses de quién interpreta el evento. Ya que el acto de mentir, por ejemplo, a la autoridad para evitar ser abatido o sometido, será un acto de justicia para algunos y un acto delincuencial para otros.  Hablar del acto de mentir no puede ser abordado como algo abstracto y generalizado.

 

Otro ejemplo más,  cuando un contribuyente logra evadir sus responsabilidades fiscales, será aplaudido por unos y reprochado por otros, y esta misma acción será valorada en cada país de manera diferente por los espectadores y sus posiciones sociales, es decir, se ponen en juego los sistemas valorales de los grupos que conforman el complejo entramado social.

 

Como la mentira es una acción y efecto de decir algo diferente a la verdad de forma intencional, surge siempre el asunto que todos los días se corrobora o se debate, sobre qué es eso que llamamos la verdad.

 

Adolfo León (2003) señalaba que las personas mentirosas, ya situados en aspectos más particulares, lo que pretenden al buscar el engaño de los otros es incrementar su ego, pero este proceso se desprende a partir del autoengaño, de una  idea imprecisa de sí mismo, que propicia estar buscando de manera permanente la aprobación de quienes interactúan con él, mayormente si son figuras de autoridad o personas con quienes pretenda quedar bien. Es decir,  procuran evitar el rechazo y la exclusión, en parte porque sienten que lo merecen en muchos casos.

 

En alguna medida, todos por naturaleza humana mentimos, muchas veces para evitar la molestia de las personas con las que convivimos usualmente, para enmendar una falta o falla que por olvido, omisión o hasta negligencia, se realizó, hasta podemos decir algunas mentiras consideradas “piadosas” para seguir sosteniendo una relación aceptable o no preocupar a la persona que se hace objeto de nuestro engaño.

 

Mitómanos o mentirosos

Sin embargo, este mentir cotidiano se distingue de aquellos sujetos que mienten de manera sistemática, sin una aparente causa para las personas con las que quienes conviven, y se reconoce  como  mitomanía, es un cuadro psicopatológico definido por diferentes psiquiatras y psicólogos. Estos casos se acercan más hacia lo que se conoce como personas con ideas delirantes, que falsean lo que su grupo de pertenencia  advierte como “la realidad”, y  no necesariamente busca de forma muy planificada un beneficio cuando miente, diríamos que se desvincula de los juegos usuales  para el sostenimiento de una buena relación social.

 

En cambio, los mentirosos o engañadores  tienen muy focalizados sus núcleos de interés sobre los cuales mentir, pero sobre todo, intentan salvarse de las situaciones incomodas o bochornosas que generan sus actos poco decorosos, moralmente inaceptables y tienen conciencia de que sus acciones son incorrectas o inapropiadas para la vida social y familiar, a menudo  inventan historias para protegerse o para obtener beneficios directos.

 

La  mitomanía al estar estructurada como un delirio, está más próxima a la psicosis, pero el mentiroso común se puede ubicar más cerca de las perversiones y de la neurosis, pues en estos últimos hay conciencia clara de la intención de falsificar la realidad, digamos que no existe una desvinculación con el entorno que lo rodea,  incluso aun cuando le parezca inaceptable su actuar, mientras que en el delirio hay una alteración estructural del contacto  con la realidad social.

 

El acto de mentir por lo regular  genera  un descredito y  convierte  al sujeto socialmente indigno de confianza y falto de integridad moral, frecuentemente es rechazado por los otros y hasta puede poner en riesgo su integridad física.

 

Nuestra organización económica produce contantemente personajes mentirosos con una absoluta y cínica falta de respeto a “la verdad”, al menos a la que socialmente reconocemos como tal, a saber los charlatanes, los banqueros, algunos abogados o comerciantes,  y una gran mayoría de los políticos y  hasta seudolíderes religiosos. Son Sujetos que deliberadamente lucran con el engaño y son capaces de sostener hasta las últimas consecuencias sus actos fraudulentos con la intensión de mantenerse en el dominio y el poder, al grado de inventar incluso “verdades históricas” públicas desvergonzadas.

 

Mientras el mitómano padece un trastorno emocional que consiste  en imaginar, ver y sentir cosas que no pasan realmente para el resto de su grupo social; el mentiroso sabe que sus comentarios o justificaciones son en realidad falsos y pretenden conseguir la argucia. Esta forma de conducirse no puede modificarse  sin una intención clara de hacerlo por parte del sujeto que miente, en la mayoría de las ocasiones emerge este deseo ante una crisis personal, cuando el sistema dejo de ser prospero para él,  pero con el apoyo de un psicólogo,  psicoanalista clínico o psiquiatra, las posibilidades de lograrlo pueden ser más probables, siempre y cuando no se desconozcan las condicionantes que el propio contexto social y  económico imponen en detrimento de la honestidad.

 

Demetrio Hernández Llamas, comentarios: demetriohll@gmail.com