Minibiografía

Domingos de Malecón

Jorge Bátiz Orozco

Mi nombre es Tobirio Jiménez López, nací un 20 de diciembre de 1952 en el poblado de Cocula, Jalisco, allá donde los mariachis cantaron. No conocí a mi padre porque al saber que mi madre estaba embarazada huyó para quién sabe dónde, quizá asustado por lo que había hecho.

Sobre mi madre, sólo puedo decir que conviví con ella ocho meses y veinte días durante el embarazo, ya que justo cuando vi la luz, ella conoció la oscuridad eterna al cerrar sus ojos para siempre.

No obstante, tengo que decir que mi infancia fue feliz, ya que viví con la tía Rogaciana, una viejecita que nació cansada, pero que fue siempre muy cariñosa y me enseñó lo que debía aprender en la escuela, a la que nunca fui.

Ella fue quien me registró y aunque quiso que me llamara Toribio como su padre, un error de la secretaria del Registro Civil me lo dejó en Tobirio, nombre que terminó por gustarme con el paso del tiempo.

Nunca supe lo que era un salón de clase, porque desde que recuerdo tuve que trabajar para mantenerme a mí y a la tía Siana, como le decía de cariño y por consideración.

No te preocupes mijo, aprenderás en la escuela de la calle, ya verás, me decía.

Tenía razón, aprendí mucho, pero sobre todo que la vida no es fácil y que la mejor manera de salir adelante es trabajando honradamente.

Tuve tentaciones que nunca me hicieron caer, amigos que me querían encaminar por sendas oscuras a quienes no atendí, sufrí tantas privaciones y en ocasiones hambre que me enseñaron a valorar lo que se tiene, aunque sea poco.

Aprendí a leer gracias a un amigo que se empeñó en enseñarme la magia de las letras, como él decía, y que me repetía hasta el cansancio que en los libros encontraría al verdadero y más fiel de los amigos.

Desde que logré encontrarle el significado a las palabras me dediqué en mis tiempos libres a leer todo cuanto podía y en donde se podía, sobre todo gracias a don Refugio, quien me regalaba dos o tres libros por semana que yo me encargaba de devorar.

Así fue como aprendí, junto con la escuela de la calle, lo poquito que sé.

Llegué a este maravilloso lugar cuando tenía 32 años, mi querido Puerto Vallarta, y me he dedicado a hacer amigos por doquier y hasta un compadre conquisté.

Después de trabajar mucho tiempo para don Gaspar en su cafetería, éste me regaló una pequeña pensión para que me retirara del trabajo con la única condición de que lo visitara por las tardes en su casa para leer a los clásicos de la literatura, cosa que disfruté enormemente hasta que mi amigo se despidió de este mundo.

Caminar por las calles de Vallarta y conocer a su gente es mi principal pasatiempo, además de tomar café por las tardes siempre acompañado de un libro que leer.

Aunque no tengo familia, me he apropiado de los vallartenses como mis hermanos, a quienes estimo y respeto y quienes siempre tienen un saludo para mí, lo que me hace día con día muy feliz.