Una nueva diócesis para Puerto Vallarta

La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia

Ojalá que la cúpula católica y los fieles alcancen los acuerdos que permitan disponer de una sede obispal en Puerto Vallarta.

Con la conmemoración del centenario de la parroquia de Guadalupe, se abre la oportunidad de renovar la gestión de la religión católica en Puerto Vallarta, tomando decisiones valientes e innovadoras como la que aconteció en 1921.

Desde hace varios años, se ha venido comentando la pertinencia de disponer de una diócesis propia, en vez de pertenecer a la de Tepic como sucede hasta ahora. Así, habría que buscar los caminos para la determinación canónica de una nueva en Puerto Vallarta.

Si bien la iniciativa debe ser promovida ante el Vaticano por el obispo en turno, en este caso de Luis Artemio Flores Calzada, es vital la participación de los fieles, coadyuvando con las autoridades eclesiásticas. Y es que las condiciones han cambiado radicalmente desde 1891, cuando se erigió la diócesis de Tepic con el objetivo de atender pastoralmente a los católicos de los municipios periféricos de Guadalajara.

Hoy, los límites diocesanos consideran 16 municipios en Nayarit y 7 en Jalisco integrados por Puerto Vallarta, San Sebastián del Oeste, Mascota, Talpa de Allende, Atenguillo, Mixtlán y Guachinango, con una población que rebasa los trescientos mil habitantes. Vale señalar que lugares más pequeños, como Puerto Escondido (Oaxaca) disponen de sede episcopal.

La consolidación de Puerto Vallarta como un importante nodo de desarrollo regional y el peso por el número de devotos, requieren de la presencia constante del Pastor, particularmente ante los retos que implica una sociedad cosmopolita que enfrenta nuevas costumbres y prácticas. 

Es posible que la principal resistencia ante esta medida provenga de los altos mandos eclesiales, acostumbrados al estado de las cosas. Pero también está en juego una bolsa económica nada despreciable, obtenida tanto de este destino turístico como de Talpa de Allende, gracias a las aportaciones de sus millones de peregrinos.

Así que el camino no parece fácil, pero vale la pena mirar otros horizontes, envueltos en una sociedad secularizada que confía más en los medios materiales y tecnológicos que en los recursos espirituales. Hace tiempo que la grey católica ha venido perdiendo fieles ante la irrupción de diversos fenómenos que dificultan la vivencia espiritual o ante la incapacidad de la grey para atender al rebaño.

A pesar de que los vallartenses celebran cada año a la Virgen de Guadalupe en diciembre, las relaciones cotidianas manifiestan que el corazón no está cerca de los principios humanos promovidos por el catolicismo, como son el amor al prójimo y a la vida. Esto se percibe en la voracidad y obsesivo afán por acumular bienes materiales, destruir la naturaleza con tal de sacar ventaja o aliarse con el crimen organizado para incrementar los ingresos de negocios de todo tipo.

El tamaño de los retos comunitarios implica renovar y refrescar el ambiente en torno a valores trascendentes, lo cual pasa por disponer de instituciones actualizadas y dispuestas a mostrar que otra realidad es posible, más humana, fraterna y empática.

Ojalá que la cúpula católica y los fieles alcancen los acuerdos que permitan disponer de una sede obispal en Puerto Vallarta.