Un ángel caído

Medicina Familiar / Dr. Marco Antonio Inda Caro / Médico de Familia

Como muchas historias que suceden en el ir y venir de los pasillos del IMS, GM era una mujer de 40 años, divorciada, su único hijo nació después de los 30 años; de madre con diabetes e hipertensión y una hermana con cáncer de mama, lactó solamente un mes y fumaba desde los 15 años.

Tuvo muchas dificultades económicas y compatibilidad de carácter con su pareja, orillándola a trabajar para ayudar con los gastos, rápido se empoderó de su área y fue ascendida a capitana de meseras, se llevaba fuera de casa más de 10 horas diarias, llegando a aportar más dinero, no dejó de lado su quehacer de ama de casa y su labor de madre. Lo anterior le provocó abandonar su cuerpo, sus prioridades, sus senos y su intimidad, se acostaba cansada sin interesarle los coloquios amorosos. Los dedos de la pareja masculina tienen un adecuado sensor en lesiones de mama, y en su gran mayoría toca las lesiones por primera vez o se da cuenta de las secreciones que salen por los pezones, siendo un factor muy determinante ¨la buena relación de pareja¨.

Si una pareja presenta diferencias de carácter, inestabilidad emocional, rechazo o negación hacia su persona, automáticamente se desencadena una cascada de inductores hormonales que favorecen el desarrollo de lesiones vulnerables a malignidad. El cortisol o la hormona del estrés, es favorecedor de muchas de adversidades, similar cuando se siente uno atacado, angustiado, quebrantado o simplemente triste y atormentado. No tardó en presentar alteraciones de la piel de una de sus mamas, y ante el temor, acude con su enfermera del IMSS, quien acusa con su médico derivándola para la toma de una mastografía donde se hace diagnóstico de cáncer de mama.

Cuando la piel del pezón se transformó, ya había presentado una leve secreción sanguinolenta, escasa, sin dolor, y sin haberse tocado ninguna masa, por lo que no le dio importancia. Eran pleitos cuando coincidía en su casa con su esposo, ya no había tocamientos, ya no había jugarretas, los abrazos estaban prohibidos por ambos lados, no se digan los besos ni los apapachos, un martirio, una calamidad, una intimidación emocional.

Concluyó con éxito la primera ronda de quimioterapias, y cuando iba por sus incapacidades, llegaba débil, quejumbrosa, nauseosa, cayéndosele por completo el pelo de su cabellera, cejas y pestañas, al poco tiempo aceptó su enfermedad y la separación civil con su esposo, por 4 meses continuos, volvió a laborar con aquel frenesí que la caracterizaba, y que le valió el puesto de capitana, pues había sido dada de alta.

Cuando ya estaba solo en observación con el oncólogo, en un estudio llamado gammagrama se identificó un foco óseo, de los llamados metástasis secundario al cáncer de mama, volviendo de nuevo el suplicio de la amenaza y muerte.

Un ángel caído que pudo haberla librado

Quedó atrapado en las garras del martirio

Se pudo haber evitado y de la muerte escapado

Pero quedó condenado a purgar su destino.