Tortas de Bacalao

De mi niñez, recuerdo que ya después del año nuevo y de vuelta a clases, caminaba yo a la escuela llevando en mi mochila tortas de bacalao

Por: Federico León de la Vega

Desde que recuerdo, mi familia prepara Bacalao a la Vizcaína para la cena de Nochebuena. Independientemente del número de año del que se haya tratado, a través de mis décadas, el recuerdo de este platillo persiste. Además, por ser de laboriosa preparación, lo cocinan en cantidades que exceden lo de una sola cena, de modo que queda abasto para varios recalentados. De mi niñez, recuerdo que ya después del año nuevo y de vuelta a clases, caminaba yo a la escuela llevando en mi mochila tortas de bacalao. Me las preparaban con teleras de pan blanco. Mi mochila de cuero llevaba dentro la prenda comestible con todo su aroma –ya para esas fechas mejorado. Me daba una sensación de seguridad llevarlas dentro de la mochila; eran una garantía de un recreo delicioso, con buenos sabores en la boca y la mente llena de recuerdos navideños.  Algo que compartir con los buenos compañeros de juegos.

Todavía hoy, la sensación de contar con el recalentado de bacalao, continúa varios días, tal vez después del año nuevo. Es una de esas pocas cosas que no han cambiado. Casi todo lo demás es ya diferente, y pronto será de nuevo diferente, cada vez más pronto. Tanto cambio dificulta el entendimiento. Los juguetes, por ejemplo, ¿cómo explicar a los niños de ahora lo que era jugar fútbol o patinar en la calle? No digamos de los juegos como bote pateado, canicas o trompo ¿qué pueden entender ellos de lo que significaba ser niño antes del iPhone?, ¿antes de la tv a color? Sin embargo, para fortuna de la humanidad, existe el puente de las tortas de bacalao, que establece cierta liga entre las generaciones a través del sabor.

Hoy mismo he vuelto a comer, recalentado, este delicioso platillo cuenta con la sazón perfecta y me regala con diversos sabores e infinidad de recuerdos. Las alcaparras, las aceitunas, el aceite de olivo y la salada carne de pescado seco vuelto a la suavidad con jitomate y cebolla a través de horas de cocido, me llevan a la añoranza de tiempos más sencillos, desprovistos de tantísima información. Tiempos de certidumbre, de estabilidad, de estructuras bien definidas, tiempos menos efímeros, de valores familiares establecidos, de instituciones confiables.

Mientras saboreo mi torta de bacalao, en esta ocasión preparada sobre un baguette y acompañada de un buen mezcal, me esfuerzo por asirme a aquellas pocas cosas que no han sido afectadas por el tiempo. Conceptos sólidos, firmes ante los vaivenes de la moda, enraizados a pesar de la fuerte corriente de la obsolescencia, resistentes al uso rudo y a la erosión de los años. Central entre esos conceptos permanece el del verdadero significado de la Navidad. Mastico mi bacalao mientras mi mente digiere ese un profundo agradecimiento, que conmueve hasta el alma cuando vislumbra la posibilidad de una vida eterna en un mundo futuro, un mundo mejor, gobernado por un rey justo, consejero maravilloso, príncipe de paz, labrador de una creación renovada, que desde ahora gime por su advenimiento.

Las tortas de bacalao acompañan la esperanza de una época dorada que está por venir, tal vez más pronto de lo que se espera.

La siguiente porción del recalentado la pienso comer escuchando, por internet, noticias de Jerusalén: sus conflictos, tropiezos y victorias, mientas el rompecabezas mundial se va acomodando para el cumplimiento de las profecías que envuelven el misterio de la Navidad.

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