Peregrina voladora

Utopía Vainilla

Ahora que lo pienso, yo cuando escribo vuelo. Cada vez que me desconecto de esta dimensión y vago dentro de mis pensamientos, vuelo hasta perderme en el viento dejando que las nubes me desplacen al infinito

Cristina Gutiérrez Mar

Siempre me han obsesionado las alas. Además de probar y oler todo lo que tenga vainilla, otra manía mía es comprar cualquier cosa con alas. Hace poco pensaba el por qué me gustan las alas si yo lo que tengo son dos pies visibles; y me reí tanto imaginarme una colección de pies en mi casa. Visualicé una vitrina con pies anchos otros delgados, pies de mujer con uñas pintadas de azul, pies de hombres, cavernícolas, incluso de animales; sicodélicos y mágicos.

Ahora que lo pienso, yo cuando escribo vuelo.  Cada vez que me desconecto de esta dimensión y vago dentro de mis pensamientos, vuelo hasta perderme en el viento dejando que las nubes me desplacen al infinito.   En cada escrito, poema o cuento, me coloco alas de distintas formas, texturas, colores e incluso aromas.  Vivo intensamente todas las loqueras que escribo y viajo a otras dimensiones. Entonces, se puede decir que soy una peregrina voladora;  me gusta el nombre.

Hace un par de semanas fui al parque, era una mañana nublada y bailaba un viento húmedo. Mi alergia no se hizo esperar; estornudos, picazón en las orejas y en los ojos me desesperaban.  Aun así me quedé sentada en la banca, las flores copa de oro me tenían hechizada, son hermosas en esta época, me recuerdan a mi natal Córdoba.

Mirando aquel paisaje amarillo recordé mi casa de la infancia, en ella vivían cascadas de copa de oro y siempre buscaba dentro de ellas un hada que estuviera escondida para no ser vista por algún hechicero.  Nunca vi un hada, pero sí llegué a conocer al hechicero. En aquella época yo tenía ocho años de edad y una tarde de verano bebía un vaso de choco milk mientras buscaba personitas con alas en las flores.  Un  sonido de cascabeles captó mi atención y me asomé por la reja de la cochera.  Un señor arrugado, ojos miel y de saco verde musgo apareció frente a mí; me sonrió sin mostrar sus dientes y me regaló un collar con una piedra blanca en forma de luna menguante. Lo tomé sin parpadear, aunque en mi cabeza se escuchaba la voz de mi padre que me decía que no aceptara cosas de extraños.  Acto seguido coloqué el collar en mi cuello y cuando volteé para darle las gracias, él se había ido.

(Hoy en día tengo cuarenta años de edad, y es fecha que no me quito el collar, es más, no puedo hacerlo.  Es como si una fuerza centrífuga no me dejara. Cuando yo jalo el collar hacia  fuera de mi cabeza se vuelve a impulsar hacia abajo.  En realidad ya es parte de mí, además en mi piel se ha marcado la luna menguante por el paso de los años, justo en mi lunar arriba del pecho).

Pensar en ese instante de mi infancia me hizo sonreír, así que me levanté de la banca y me acerqué a las apiñadas flores mantequilla y me puse a buscar hadas vagabundas.  No vayan a creer que tuve suerte porque en realidad no había ningún hada; pero un sonido de cascabeles me hizo girar hacia atrás.  Saco verde musgo y arrugas en la piel llamaron mi atención.  Él se acomodó en la banca donde anteriormente yo estaba sentada.  Me sonrió sin mostrar sus dientes y me senté sin pestañear junto a él.  Tenía una cara bellísima, cabello plata, ojos miel y mirada ancestral. Tenía aroma a café y pino; era el mismo hechicero de mi infancia. Me observó detalladamente, no me incomodé, de hecho me gustó. Con su mano derecha acarició el dije de luna menguante y de sus labios suaves salieron las siguientes palabras: “Algún día nos veremos en nuestra luna, tú decide si vuelas o llegas a pie”.

Me besó en la frente, me abrazó cariñosamente que les juro que podría vivir en esos brazos por siempre, se levantó y se fue.

Me quedé estática, congelada observando fijamente las flores copa de oro.  No lograba moverme, ni hablar, ni gritar. Una lluvia ligera me despertó de mi anonimato mental y me dirigí a casa.

Ahora estoy aquí, pensando en caminar, correr o volar.  Lo único con lo que cuento es con el “ahora”, con una luna en mi pecho más brillante que ayer  y con un misterio enorme por resolver. Al hechicero sólo lo he visto en ese par de ocasiones, pero toda mi vida he sentido que lo conozco desde siempre.

Me parece que continuaré explorando con mis pies para seguir avanzando en mi vida, me gusta sentir las raíces, la tierra, mi conexión con el mundo, mi equilibrio. Con mis pies corro, tropiezo, aprendo y podré trascender y dejar huella en mi camino. Y al mismo tiempo seguiré volando porque es cuando experimento mi libertad y me siento más cerca de donde realmente pertenezco. Así que soy y seré: una peregrina voladora.

                                                                         Cucus

Quiero agradecer a Miguel Ángel Ocaña Reyes por haberme dado la oportunidad de compartir mi pluma con ustedes. Gracias a la talentosa Sio por sus hermosas ilustraciones. En especial gracias a ustedes mis lectores por acompañarme en este maravilloso vuelo. =)