Para mi hijo neurodivergente

El Rincón de la Poesía / Rosy Fonseca

A veces duele el cuerpo de lo que el alma va callando.

Duele la espera, duele el rechazo y también duele ser mamá.

Los hijos llegan y abren un hueco en nuestro corazón. Se acunan en él, se mecen y dormitan en él. Y cuando lloran en él nos hacen estremecer hasta las entrañas.

Duelen las miradas, duele el mismo duelo que va dejando atrás el sueño de una tarde de nubes azul claro y cosquillas en la cama.

Duele decir adiós a lo que pudo ser, a lo que no es y a lo que quizá nunca llegue.

Duele la incertidumbre, duele la mirada reacia y llena de preguntas.

Duelen esos ojitos tibios buscando respuestas en mi mirada. 

Duele no poder comprar amigos y un día lleno de alegría porque hoy tocó un día con un pizco de ansiedad y unos cuantos ataques de enojo. 

Duelen las culpas. Duelen esas manitas pequeñas que al final del día buscan las mías a la hora de dormir

Los hijos llegan como un regalo envuelto en miles y millones de papeles de colores. Ansiosos vamos descubriendo su esencia y abriendo paso en su camino.

Y duele muchas veces no comprender mejor las necesidades de la personita que más amas.

Duele descubrirte a ti mismo develando tus propias heridas cuando llega un hijo.

Abrazados cuando cae la noche se escucha una paz infinita.

Llega la tregua y tu hijo se mece nuevamente en el hueco de tu corazón donde nada ni nadie puede separarlos.  Donde existe el amor libre e infinito.