La guerra de castas y la lucha por el poder en México

La discriminación siempre generará la confrontación y el encono entre los individuos

Hablemos en serio

Javier Orozco Alvarado

Investigador de El Colegio de Jalisco, A.C.

Cuentan las noticias que el 1 de enero 2022, a tres días de haberse inaugurado la instalación de una estatua de AMLO en Atlacomulco; ésta fue derribada en lo que se conoce como la cuna de uno de los grupos priistas elitistas más importantes del pasado reciente en nuestro país. Y es que a nadie extraña que sigan existiendo en México algunas castas privilegiadas emanadas de mezclas sociales, raciales o coloniales de españoles, peninsulares e indígenas.

La realidad es que a lo largo de nuestra historia como nación, desde la independencia hasta “la cuarta transformación”, persiste una continua lucha por el poder y la apropiación de los bienes y la riqueza de nuestro territorio; una especie de lucha de clases, de castas, de razas y de culturas entre mexicanos de primera, segunda, tercera o hasta de quinta categoría.

Aunque no es nuestra intención hacer una reseña histórica exhaustiva de nuestro pasado, podemos decir que  durante la independencia (1810-1821), los criollos lucharon contra los españoles por el control político y la riqueza de lo que se conocía como la Nueva España.  Con las Leyes de Reforma, Benito Juárez (1859-1860) llevó a cabo la desamortización de los bienes de la iglesia en favor de nuestro país y, durante el Segundo imperio,  el control de la república nuevamente fue devuelta a los europeos por Maximiliano de Habsburgo (1863-1867).

Bajo el Porfiriato  (1877-1911) el país se abrió nuevamente a la inversión y a los capitales europeos; para posteriormente, a partir de la revolución de 1910,  transformar las estructuras  de poder y la distribución de la riqueza en favor de amplias masas de población.

Como bien lo explica el destacado sociólogo, agrarista y constitucionalista Don Andrés Molina Enríquez, en su libro Los Grandes Problemas Nacionales, publicado en 1906; México es un país que a lo largo de su historia ha estado marcado por una estructura jerárquica de clases sociales y de castas coloniales que luchan por la concentración del poder y la riqueza. 

Por eso, en vísperas de la Revolución Mexicana el autor sugería que para evitar una guerra civil, debía ser el Estado quien se encargara de distribuir la tierra y la riqueza en favor de las grandes masas de población.  Sobre todo, porque en esa época la riqueza se concentraba en unas cuantas manos y entre las clases más privilegiadas figuraban los burócratas y los denominados científicos (algo así como los intelectuales de oposición de nuestros días).

Y es que no cabe duda que, los opositores al presidente Andrés Manuel, están llenos de ira porque en su apreciación sienten que los gobierna alguien que pertenece a una casta inferior a la que estaban acostumbrados a que les gobernase. Teniendo en cuenta que muchos de ellos se sienten descendientes de españoles o europeos, les parece indigno e indecoroso  estar gobernados por mestizos, castizos, indígenas, mulatos o un moriscos.

Pero a final de cuentas, es tan nefasto que gobierne una clase, una casta, una élite o un grupo, cuando se busca privilegiar a unos en perjuicio de los demás. Lo cierto es que, aunque estamos lejos de ser una economía socialista, mixta o plenamente de mercado; algunos sectores intelectuales y empresariales siguen luchando para que el país se mantenga abierto a la inversión externa y se respeten los intereses, los privilegios y las inversiones de los extranjeros en México.

La discriminación entre clases sociales o entre castas y sectores particulares, siempre generará la confrontación y el encono entre los individuos.  Privilegiar o empoderar al “pueblo sabio” en detrimento de los demás ciudadanos, menospreciando a los que estudian o a los que aspiran a una vida mejor, no es el mejor ejemplo de un buen gobierno.

Declarar que para ser senador o diputado no se requiere de estudios, sino de vergüenza y honradez, es fomentar la ignorancia y la irresponsabilidad social entre la población. Reiterar que la economía no es sólo asunto de los economistas, o que los ingenieros o arquitectos, no son necesarios para construir una casa o una carretera, es una irresponsabilidad política y una falta de respeto a los ciudadanos y a quienes aspiran a superarse intelectualmente.

Por eso, un buen gobierno debe ser equitativo, justo y respetuoso con sus ciudadanos y con sus gobernados para evitar la ira de unos y la confrontación de todos contra todos. En lo personal, coincido con muchas de las iniciativas económicas y políticas del señor Presidente de la República, pero no con su falta de respeto a los distintos grupos sociales, a “las castas” o las preferencias culturales y educativas de cada uno de los mexicanos. No respetar la independencia o el derecho ajeno, es seguir fomentando los vicios de nuestro pasado colonial y los conflictos que hemos vivido internamente los mexicanos a lo largo de toda nuestra historia.