El lado oculto de los animales de apoyo emocional: Riesgos y realidades que no se cuentan
ConCiencia Animal / Por: MVZ. Carlos Arturo Martínez Jiménez
El vínculo humano-animal puede ser terapéutico, pero cuando se impone como una obligación para cubrir necesidades emocionales humanas, sin considerar las capacidades y límites del animal, se incurre en un uso instrumental que roza el maltrato por omisión.
El lado oculto de los animales de apoyo emocional: Riesgos y realidades que no se cuentan
En los últimos años, los llamados animales de apoyo emocional han ganado popularidad, impulsados por una creciente apertura hacia la salud mental y la aparente necesidad de encontrar vínculos afectivos que ayuden a sobrellevar la ansiedad, la depresión u otros trastornos.
Sin embargo, detrás de esta tendencia —que en muchas ocasiones responde más a modas o intereses comerciales que a criterios técnicos— se esconde una serie de problemas que rara vez se mencionan y que pueden afectar tanto a los animales como a las personas que interactúan con ellos.
Uno de los principales riesgos radica en la falta de regulación y de criterios claros. A diferencia de los perros de asistencia, entrenados para tareas específicas, los animales de apoyo emocional no requieren —o en su mayoría no tienen— adiestramiento formal ni certificaciones avaladas por autoridades competentes. Esto abre la puerta a fraudes, a la venta de cartas falsas en internet y a la utilización de animales sin la preparación mínima para convivir en entornos públicos.
Otro punto preocupante es el impacto en el bienestar del propio animal. Muchos de ellos son expuestos a ambientes altamente estresantes —como aeropuertos, centros comerciales o transporte público— sin una adaptación previa ni herramientas para garantizar su bienestar. El hecho de que un animal brinde afecto en casa no significa que esté preparado para interactuar con extraños o tolerar estímulos intensos. Esto no solo compromete su salud emocional, sino que también incrementa el riesgo de incidentes como mordeduras, escapes o reacciones defensivas.
Desde una perspectiva de salud pública, existe también un riesgo sanitario. Al no contar con protocolos claros de control veterinario, vacunación y desparasitación, estos animales pueden convertirse en vectores de transmisión de enfermedades zoonóticas, especialmente si entran en contacto con personas vulnerables. Además, en espacios cerrados como aviones u hospitales, la exposición a alérgenos o parásitos es un factor que no debe subestimarse.
Finalmente, se presenta un dilema ético: ¿hasta qué punto es justo delegar en un animal una función para la cual no ha sido entrenado ni elegido? El vínculo humano-animal puede ser terapéutico, pero cuando se impone como una obligación para cubrir necesidades emocionales humanas, sin considerar las capacidades y límites del animal, se incurre en un uso instrumental que roza el maltrato por omisión.
Es urgente que las autoridades, los profesionales de la salud mental y los médicos veterinarios trabajemos de manera conjunta para establecer normas claras, programas de certificación reales y campañas de concientización. La salud emocional de las personas es prioritaria, pero nunca debe lograrse a costa del bienestar y la seguridad de los animales ni de la comunidad.
En el equilibrio entre la empatía y la responsabilidad está la clave para que los animales de apoyo emocional no se conviertan en una moda peligrosa, sino en una herramienta real, ética y segura de acompañamiento.
