Crónica de un viaje de ida y vuelta

De Fogones y Matmitas

Sorteando con agilidad el escaso tráfico de media mañana llegamos a la terminar avionera a afrontar con valor y disposición la primera prueba a la virtud que practicaba Job, o sea, la paciencia y la resignación

Héctor Pérez García

En el laberinto mental para decidir el viaje, pasaron por mi mente y memoria gustativa, en el orden siguiente: unos machitos de cabrito con su salsa de molcajete y tortillas calientes para acompañar el tequila de rigor. Una orden de Riñonada con sus consabidos frijoles charros al lado, y una probadita de Asado Norteño con su delicada carne de cerdo, chile colorado y especias, sobresaliendo el comino. Todo acompañado de buena cerveza fría, y al final: un par de Glorias de Linares. Habrá tiempo para visitar una cantina, imaginé, y disfrutar un buen “atropellado”. De botana (carne seca guisada con salsa de jitomate y chile serrano con tortillas de harina), y a lo mejor unos “Tacos rojos dorados”. Esos que se rellenan con papas y llevan como guarnición cueritos de cerdo en vinagre, lechuga fileteada y trozos de jitomate. En Monterrey se come bien, recordé. ¿Qué no fue aquí donde se “inventó” la famosa arrachera asada a las brazas? ¿Y las agujas? ¿Y las costillas cargadas? Y tantos otros platos que nada más en estas tierras se degustan a pleno sabor.

El viaje a Monterrey comenzó con mal augurio. El Uber que pasaría para llevarnos al aeropuerto no apareció, así que tuvimos que emplear un taxi de la vieja escuela;  chofer con aspecto de taxista (obvio) en lugar de un conductor aliñado; y como cortesía música de banda pasadita de decibeles. Sorteando con agilidad el escaso tráfico de media mañana llegamos a la terminar avionera a afrontar con valor y disposición la primera prueba a la virtud que practicaba Job, o sea, la paciencia y la resignación.

El inicio del periplo

Mi amigo Abelardo Vara comenta siempre que escribo añoranzas; – “¡Que suerte tuvimos de vivir otros tiempos, pues ya no volverán¡” Eso sucede con los viajes. Suerte de insensatez que cuando se hace por placer en busca de desahogo, el viajante se auto justifica ante el estímulo del ocio y el entretenimiento, y a veces de buena gastronomía. Sólo para regresar a su lugar de origen en busca de un buen descanso. Y uno se pregunta: ¿Se viaja por placer o por estatura social? ¿por qué tantos viajamos a tan pocos destinos teniendo un país tan grande y tan bello lleno de pequeños pueblos hermosos en donde se descansa y se come de maravilla sin necesidad de estrellas Michelin ni presuntuosos sumilleres?

Al ingresar a la vetusta aero terminal de Puerto Vallarta, me vino a la mente la vez que caminé -empujado por la muchedumbre- por las callejuelas torcidas de un mercado al aire libre en El Cairo, en Egipto. Cientos de almas sin rostro sorteando la avalancha de blancas jalabayas y sucios turbantes. Aquí era una multitud de féminas esponjadas con compañeros adustos de caras encendidas por encima de gruesos abdómenes caminando sin rumbo cual hormigas saliendo de su agujero.  Imposible encontrar donde posar y mucho menos acudir a los saturados toiletes.

Viaje todo excluido

Intentar comer en los aeropuertos es tan anodino como querer hacerlo en un hospital; en los primeros la comida es de pésimo gusto y precios prohibitivos. En los segundos pareciera que quienes cocinan son los jóvenes internos.

Lejos están los días en que un hombre emprendedor y de buen gusto, Don Joaquín Vargas, habiendo adquirido un DC-3 de desecho estacionado frente al aeropuerto de la Ciudad de México, abrió el primer restaurante Wings. No sólo ofrecía comida sabrosa a precios accesibles. Increíble, tenía música en vivo.

Pero hay otro tipo de viajes; aquellos de compromiso social o familiar. Uno no puede faltar a la boda del hijo del amigo que se casa a mil kilómetros de distancia, o peor aún, la cuñada cumple sus primeros noventa en Monterrey y hay que estar presente en el festejo familiar. Este tipo de viajes obliga el uso del avión. –medio proletario de volar que al revez de la hotelería practica el todo excluido-. Casi todo es extra.

Mercados con alas

Y recontando a mi amigo Abelardo; -“ya no volverán los tiempos en que viajar en avión era asunto de gente decente.”- Para los afluentes se han concebido los viajes en avión privado, en aeropuerto aparte, sin aviesos guardias que esculcan sin pudor y miran con sospecha. Aeropuertos pequeños pero amplios, donde todos caben a placer, sin colas ni papeleo y sin la sordidez de los aeropuertos del proletariado que se ha han convertido en  “Mercados con aviones”.

Mientras las líneas aéreas europeas se quejan de que los pasajeros de primera clase se olvidan de dejar los cobertores para pasar la noche calientitos -fijados que son esos europeos-, acá, en este nuestro democrático subsistir viajamos domésticamente en aeroplanos de última tecnología, pero con servicios en tierra operados con animos fenicios y a bordo por personal entrenado en la academia de los ubicuos Oxxo.

Sólo efectivo

Viéndolo del lado objetivo, es una ventaja que a bordo y en pleno vuelo pueda el pasajero comprar casi todo lo que expende el Oxxo de la esquina… y aún más: bebidas alcohólicas, tours turísticos, entradas al antro famoso de su lugar de destino, boletos para pagar su exceso de equipaje, combos de comida chatarra y es cuando uno comprende el concepto de Low Cost, pues es en beneficio de la aerolínea, ya que al proletario pasajero le exprimen lo que pueden en tierra y a bordo, como mandan los cánones en cuanto al  cliente cautivo. Es como acudir al cine, lo que menos vale es la película, son las palomitas, refrescos y demás comida chatarra lo que cuenta.

De entre los proletarios pasajeros hay unos más proletarios que otros, y éstos últimos gozan menos del placentero vuelo. Me refiero a aquellos que no portan una tarjeta de crédito para comprar con que apagar la sed o el hambre, o pagar excesos de equipaje. No se acepta moneda contante y sonante.

Platillos neoloneses

De los productos regiomontanos podrán viajar los tamales de cabeza de puerco, la carne seca para preparar el machacado y las glorias, pero el cabrito, nunca. Ese bocado debe degustarse del crucifijo ardiente a la mesa y ahí mismo dar cuenta  del delicado lechal que para ser cabrito no debe comer hierba, sino sólo leche de la cabra misma.

Un viaje relámpago de un par de noches fuera de casa implicaba sendas maletas individuales donde cupiera de ida la indumentaria indispensable, y de regreso la carne seca, los tamales y las glorias con que nos cargarían los parientes.  Equipaje de mano les llaman las aerolíneas de bajo costo y deben sujetarse a un máximo de peso, so pena de pagar más por la maleta que por el boleto del pasajero.

En el vuelo de regreso recibimos la penúltima estocada a la Credit Card (no acepan efectivo), el sobre peso por los tamalitos y la carne seca origino un “boleto de equipaje” equivalente a una gran parte de lo que costó el boleto del pasajero. Suerte que nos eximimos de comprar boletos para abordar primero, escoger asientos y llevar más equipaje.

Fue un viaje con altibajos que al final disfrutamos con la ayuda de una buena cantidad de optimismo. Los viajes en estos tiempos hay que tomarlos con filosofía oriental. Después de todo disfrutamos la gastronomía de Nuevo León y nos quedó reserva para dar cuenta de unos deliciosos tamales de cabeza de cerdo y machacado con huevo. Ah, y las glorias de Linares.

El autor es analista turístico y crítico gastronómico

Diletante62@yahoo.com.mx