Ciclo confuso

Ilustración de Sio / laura.tcm@hotmail.com

Por: Cristina Gutiérrez Mar

cucus.cgm@gmail.com

Hace una semana me topé en los pasillos del supermercado a Estrella, amiga mía desde hace casi diecinueve años. Me dio gusto encontrarla, tenía tiempo que no la veía.  Era ella sin ser ella; sus ojos estaban cristalinos, su larga cabellera era un mar de nudos, había olvidado ponerse aretes y, sus labios que están siempre colorados, parecían los de un zombi. 

Me narró sin soltar la bolsa de mandarinas lo sucedido hace apenas once días:

 

-Aquella noche no podía dormir, los pensamientos no cesaban. La almohada estaba inquieta con mi cabeza despeinada que se movía de un lado a otro. Escuchaba unos ligeros pasos en la habitación, ella tampoco conciliaba el sueño. A la mañana siguiente, después de dejar unos papeles importantes en la oficina, regresé por ella. La notaba muy débil y se escondía detrás de la cortina, ella sabía que partiría pronto. La persigné, la abracé, la llené de besos y, con un nudo en la garganta, la llevé con el veterinario. Tenía dieciocho años y medio, estaba muy cansada, con mucho dolor y enferma. La coloqué delicadamente en la mesa fría y me quedé con ella hasta que la tercera inyección hizo efecto. Regresé a casa sin ella; guardé su camita, sus croquetas y su hueso, pero su recuerdo, ese nunca podré retirarlo de mi corazón. –

Me quedé nostálgica unos segundos, yo había conocido a Teté, perrita de mirada dulce y juguetona; era cariñosa, comelona y un tanto coqueta.  Estrella siempre la traía con ella, había sido su compañera de vida.

-Dieciocho años y medio es mucho, creo que nunca había conocido a un perro que viviera tanto. Teté fue una perrita muy afortunada y querida- le dije apenada.

 

-Lo sé, Teté vivió mucho. No había mucho que hacer por ella, estaba sufriendo demasiado y llevaba días sin comer. –respondió Estrella suspirando.

Nos despedimos con un abrazo quedando de ir pronto a tomar un café.

Al día siguiente me encontré a Estrella paseando a un cachorrito color caramelo. No supe qué raza era, no soy muy conocedora de perros. La noté muy sonriente, con un chongo alto, los labios pintados de naranja intenso y aretes un tanto extravagantes. Me acerqué a ella para saludarla.

Ella me abrazó de manera efusiva y amorosa como si no nos hubiéramos visto hace apenas unas horas. Me presentó a su perrita llamada Macarena y me contó travesuras de ambas.

Le dije que se notaba un gran cambio en ella, la veía muy feliz a comparación del día anterior. Ella extrañada me respondió que no nos habíamos visto desde hace cuatro años. Yo muy aturdida miro el teléfono celular y me asombro al conocer la fecha de ese día. ¿Qué ha pasado? No entendía nada. 

Regresé a casa totalmente confundida, me acuesto en el sofá color caramelo y le llamo a mi perrita para que venga a acompañarme.

Observé un largo rato la estrella brillante que apareció en la ventana justo enfrente de mí. Ella nunca vino, y no vendrá jamás.

Teté ya había partido de este mundo hace cuatro años atrás.

Cucus