El cometa Dibiasky
La película “No miren arriba”, protagonizada por Leonardo di Caprio y Jennifer Lawrence y acompañados por un elenco maravilloso, pone a debate la capacidad de respuesta de la sociedad contemporánea ante el fin de la civilización por la hipotética colisión de un cometa en la tierra.
Como sucede con los buenos filmes, se recurre a la ficción para concebir un relato en el cual salimos muy mal parados. Si bien la narrativa transcurre principalmente en el contexto estadounidense, alcanza a salpicarnos a los que habitamos en esta aldea global e hiper-comunicada.
La trama es sencilla. Kate Dibiasky, estudiante de doctorado en astronomía de la Universidad Estatal de Michigan, descubre un cometa desconocido. Su mentor, el profesor Randall Mindy, calcula que el cometa impactará en seis meses y su tamaño es lo suficientemente grande para causar la extinción en todo el planeta. Ambos tratan de advertir e informar sobre el peligro, pero a nadie parece importarle ni tomar conciencia sobre la gravedad de la situación.
Todos están demasiado ocupados en atender “sus” asuntos, así sea ganar las elecciones intermedias, como acontece con Janie Orlean presidenta de los Estados Unidos (genialmente interpretada por Meryl Streep) o resolver temas sentimentales, prioridad de la cantante de pop Riley Bina.
La primera reacción ante la devastadora noticia es negar su capacidad catastrófica. Aquí aparece el mecanismo de “defensa” más primitivo del ser humano: la negación. Y lo que sigue es cuestionar la veracidad de la fuente, es decir, descalificar la información de base científica aportada por investigadores de una universidad que no tiene el glamur de las consagradas como Harvard o Princeton.
Una vez que la evidencia es clara, los políticos la aprovechan para su beneficio manipulando la gestión de la crisis y desperdiciando tiempo y recursos para desviar el cometa y evitar el impacto franco con la tierra.
También aparece el interés económico, representado por la hipotética empresa Bash (que podría ser cualquiera del sector electrónico) cuyo propietario Peter Isherwell logra el apoyo popular al ofrecer trabajos por la explotación del meteoro.
Cuando las cosas salen de control, los personajes vuelven a la vida cotidiana y la familia. Quizá ahí está uno de los mensajes que nos sugiere esta cinta: al final, existir se trata del amor y la fortuna de servir a nuestros semejantes.
Varios críticos han sugerido que “No miren arriba” es una fuerte crítica a la respuesta mundial ante la pandemia del Covid-19 y del cambio climático. Quizá sea así.
Para mí, es una analogía del despelote urbanístico en Puerto Vallarta de la última década. Aquí también se advirtió a tiempo sobre los efectos que sucederían por mantener los excesos inmobiliarios en la franja turística. Y los “responsables” de atender esta dinámica actuaron igual que los personajes de la película: negando, descalificando, manipulando y sacando ventaja para “sus” intereses, dejando pasar la oportunidad de velar por los bienes de la comunidad.
Ni las desgracias sucedidas como la ruptura del colector en marzo del 2019, el derrumbe en casa Serena en Amapas o la devastación en los ríos Pitillal y Cuale, resultado del huracán Nora, han sido suficientes para entender y atender la gravedad del abuso territorial en nuestra geografía.
Ojalá que el final de nuestra historia no sea tan azaroso como el de la ficción. Eso ya lo veremos.