La empresa sin el fundador y el fundador sin la empresa
Empresa Familiar / Por C.P.C. y M.I. José Mario Rizo Rivas
“No basta con retirarse de algo, sino que necesitamos algo a lo cual retirarnos”. Harry Emerson Fosdick
Al que no se detiene a aprender a dejar ir, la vida y la empresa se le escapan.
Francisca estaba tan ocupada que ni la muerte parecía alcanzarla. La muerte la buscaba en su casa cuando ella estaba sembrando; la buscaba en el campo cuando Francisca ya estaba a kilómetros ayudando a un niño enfermo; la buscaba en la casa del niño cuando ella ya estaba haciendo algo más, y la muerte nunca la alcanzó. La fábula de Francisca y la muerte es uno de los cuentos clásicos del escritor cubano Onelio Jorge Cardoso, y muy afín a nuestra cultura mexicana, y me gusta porque nos habla de una manera muy interesante de vivir nuestra vida, incluso con la muerte pisándonos los talones.
Por supuesto, en el mundo real no pasan estas cosas, y ni el adicto al trabajo más dedicado podría burlar a la muerte de esta manera. Pero la moraleja es que Francisca no tenía miedo porque siempre veía hacia adelante, y a veces el miedo a la muerte viene de mirar hacia atrás. Alguien que ha dedicado y sacrificado tanto por fundar una empresa, que ha vivido cosas como aguantar el inicio incierto, soportar los momentos difíciles y aun así ver el fruto de su trabajo después de décadas de esfuerzo, no es alguien que vaya a querer despegarse de su emprendimiento, y vaya que esto es comprensible. Sin embargo, debemos saber que el retiro y cambio de liderazgo es imperativo: o se lleva a cabo de manera planeada y responsable o la empresa perece. No hay más. Es algo tan obvio que, precisamente, en muchas ocasiones es obviado, pero es también tan crudo y complicado que resulta doloroso y hasta evitado.
En mi experiencia, he encontrado que frecuentemente esto se reduce al miedo: miedo de los mismos miembros de la empresa por los cambios que esto supone y las repercusiones potenciales de dichos cambios en la vida familiar. No obstante, esto se debe en gran medida al miedo del fundador mismo: miedo acerca del futuro de la empresa y de su futuro personal.
En ocasiones, la empresa representa tanto para su fundador que ya ha hecho simbiosis con su autoconcepto; es decir, la empresa forma parte de la identidad de quien la fundó y la dirige. Al dejarla, entonces, esta persona pierde una parte integral de quien es. Además, de pronto se pierde la actividad principal del fundador. Esto es aterrador; se pierde el ser y el quehacer.
Pero esta relación simbiótica puede ser negativa en dirección contraria: así como el fundador depende de la empresa, esta última puede depender demasiado de su fundador. Si no se ha delegado, si no existen otras personas listas para tomar el mando, si hay información que no ha sido compartida, ¿cómo subsistirá la empresa sin su fundador?
Es normal que esta relación sea simbiótica en un inicio, pero idealmente, a medida que la empresa va madurando, las tareas se van dividiendo y, cuando llegue el momento del retiro de su fundador, todo estará bajo control. De igual manera, el dueño, idealmente, a manera que comienza a delegar, libera su tiempo de forma gradual, permitiéndole encontrar identidad y actividades en espacios externos a los de su empresa. Si ambos flancos son cubiertos, la separación, por más emocionalmente difícil que sea, podrá llevarse a cabo de forma sana.
A final de cuentas, dejar ir lo que amamos nunca es sencillo y el retiro es, a fin de cuentas, un duelo. Como si se tratara de perder a alguien importante para nosotros, siempre será mejor hacerlo rodeado de quienes nos quieren, y con la convicción de haber hecho por la empresa todo lo necesario para la etapa en la que nos tocó conducirla. El verdadero legado de la empresa es su sustentabilidad, que no debería terminar si le faltamos.