Otoño. Por favor.

Planeta Luna

La gente se transforma, se pone las chanclas y el traje de baño y adquiere una personalidad completamente distinta. Se atreve con atuendos que en su lugar de origen ni lo pensaría, y en la actualidad entra de lleno el mundo “selfie”

Consuelo Elipe

No me gusta el verano. Creo que casi nunca me gustó. Quizás sí cuando era pequeña y me iba con mis padres, mis abuelos y mi hermano a la playa. Era el momento del año en el que salíamos de la ciudad, juntos y jugábamos mucho. Todo era diferente.

Después nos fuimos haciendo mayores. Mis abuelos desaparecieron. Recuerdo veranos de mundial en los que había que estudiar, no me cuadran las fechas, pero así lo recuerdo. Calor agobiante, horas de estudio y ese verano sin aire acondicionado. Nos acabábamos de cambiar de casa y nos sentábamos los 4 en una de las terrazas, en fila tratando de tomar aire antes de decidirnos ir a la cama.

Y llegaron los veranos de universidad. Esos ahora que me acuerdo sí fueron fantásticos. En Australia con mis tíos y mi prima. Aprendiendo inglés, pero sobre todo aprendiendo como vivía la gente en las antípodas.  ¿Qué genial era ser joven y tener la vida por delante no? Y ahí ya recuerdo por qué los amaba, además, ¡porque allá era invierno! ¡Y no hacía calor!!

Pero también pasaron esos veranos y llegaron muchos otros, alguno bueno es cierto, pero aun así son meses raros.

Creo que no me gustan, además de porque odio el calor, porque todas las rutinas cambian. Madrid se convertía en una ciudad vacía, hueca, sin la gente conocida, sin los lugares de siempre. Para muchos sé que eso es romper la monotonía, para mí era solo ganas de irme a algún lado y sobre todo ganas de que llegara el otoño para que todo tuviera sentido de nuevo.

Y el destino quiso que acabara viviendo en un lugar de verano permanente, pero incluso en Vallarta el verano de calendario es extraño. Gente distinta, niños de vacaciones, y más calor.

Lo de la gente con las estaciones es como las personalidades, algunos son de primavera y cuando llega florecen, otros somos de otoño y cuando las hojas comienzan a caer nos vuelve la vida al cuerpo.

No deja de ser un experimento casi de laboratorio observar en un lugar turístico a la gente que llega, en un hotel sobre todo ahora que este verano me toca trabajar sin salir de un hotel.

La gente se transforma, se pone las chanclas y el traje de baño y adquiere una personalidad completamente distinta. Se atreve con atuendos que en su lugar de origen ni lo pensaría, y en la actualidad entra de lleno el mundo “selfie”. En la alberca, en el pasillo, en la palmera, en la puesta de sol, con el chef, con la margarita… ¡Por Dios den la vuelta al celular y fotografíen algo más que sus narices!

Ayer leí algo que me lleno de gozo, el chef Ángel León, un tres estrellas Michelin en la cumbre de su carrera para celebrar su cumpleaños, decidió dejar todas las redes sociales. ¡BRAVO! Y es que yo no pierdo la esperanza de que esto sea una moda y en pocos años todos nos hayamos borrado y comencemos a vivir el mundo presente y real.

Y entonces los turistas en verano volveríamos a sacar las cámaras o bueno los teléfonos y a hacer fotos, ojalá fuera como cuando usábamos las cámaras con carrete y te pensabas mil veces que foto tomar porque era carísimo el revelado. Y luego venía la segunda selección en la tienda para tomar solo “las buenas“ y pagar lo justo.

Pero mientras esto ocurre, seguiremos viendo pasar veranos, gente en modo chancla y colorín, porque los ciclos de las estaciones son invariables a pesar del cambio climático. Quizás sólo estas rutinas es lo que da medio sentido al mundo. Trabajar como locos 11 meses para esperar el verano, escapar y ser otro. ¿Quién puede reprocharlo? Quien quiere ser uno mismo siempre…