La estatua con túnica que mira al mar

Entre los eventos y actividades que se planean para conmemorar la fecha, creo que habría que dedicarle un espacio importante al personaje que nos da nombre como comunidad

Por: Juan José Mérida Cruz

Ignacio Luis Vallarta Ogazón murió en la mañana del último día de 1893, víctima de tifo, en la Ciudad de México. La contagiosa enfermedad que le causó la muerte, impidió que su entierro fuera solemne. Pocos días después se celebró una velada conmemorativa, a la que asistió su antiguo amigo el presidente Porfirio Díaz.

Aunque no hay registro oficial de que Vallarta haya bebido agua del río Cuale o de que anduviera descalzo por la playa de Los Muertos, además de su apellido, otro legado en nuestra ciudad es la estatua ubicada en la plaza principal de la ciudad. Quiero creer que no soy el único que mira pasmado a nuestro héroe de bronce: vestido con túnica y con la mirada frente al mar, mostrando un libro sin título en la portada, como si destacara un catálogo de ventas, por encima de los centenares de turistas que se pasean en bermudas y sandalias.

Este 2018 la papelería oficial en Jalisco llevará rotulada la frase “Centenario de la creación del municipio de Puerto Vallarta”, esto para recordar que, desde el 31 de mayo de 1918, el Puerto Las Peñas fue nombrado oficialmente Municipio de Puerto Vallarta. Entre los eventos y actividades que se planean para conmemorar la fecha, creo que habría que dedicarle un espacio importante al personaje que nos da nombre como comunidad.

Parece que Ignacio L. Vallarta perteneció a una generación de políticos respetables, si es que alguna vez hubo políticos de los cuales enorgullecerse. A pesar de lo absurda que resulta la política actual, tenemos el alivio de que no importa cuántos cargos ocupe un funcionario hoy en día, ninguna ciudad o municipio llevará su nombre. A nadie se le ocurriría nombrar un municipio en honor a Aristóteles Sandoval o Emilio González Márquez o cualquier otro ex gobernador del estado de Jalisco. Nadie se atrevería a proponer semejante homenaje a la clase política vigente, es más, ni a nivel de magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación imagino a una ciudad nombrarse “Puerto Eduardo Medina Mora” o “H. Ayuntamiento Javier Laynez Potisek”. De ahí el mérito para Vallarta Ogazón.

Hasta ahora no he leído que alguien del comité encargado del festejo centenario proponga analizar la historia del hombre de túnica que está petrificado en la plaza principal. Un acto cívico en el aniversario luctuoso era merecido. Apuesto que Vallarta Ogazón, personaje de gran carrera política, que le mereció ser laureado en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, nunca pensó que su figura acabaría inmortalizada en la forma más adusta posible frente a la costa del Pacífico. En realidad, tampoco imaginó que llegaría a ser tan importante para Jalisco y para México, decía públicamente “…No he sido juez nunca, ni pretendo serlo jamás…” y terminó siendo presidente de la Suprema Corte de Justica de la Nación. También fue coronel, diputado y gobernador.