El Chimpancé Confuso

Aventuras de un pintor

Recuerdo entonces un poster de mi adolescencia, con una fotografía de un chimpancé rascándose la cabeza y debajo de él un letrero que ponía: “Justo cuando tenía yo todas las respuestas ¡me cambiaron las preguntas! “

De adolescente pensaba yo que la brecha generacional era la que se situaba entre la generación de mis padres y la mía. A mí me encantaban los Beatles, los Beach Boys y América, los jeans y más tarde los pantalones acampanados. A ellos, mi música gringa les parecía simplona. El Rock les parecía pobre en comparación con la música clásica y la de las grandes orquestas. A sus ojos la música romántica, la de los tríos como los Panchos, y de los compositores como Agustín Lara, o Cuco Sánchez, los trajes sastre de tres piezas y los zapatos bostonianos eran lo correcto. En algunas cosas llegábamos a coincidir. Por ejemplo, en las Zarzuelas como “Luisa Fernanda” cantadas por Plácido Domingo.

Sin embargo, yo estaba seguro de que la mayor parte de mis gustos eran más adelantados que los suyos, que ellos no comprendían y que se estaban quedando atrás, mientas yo me acercaba a una era perdurable de comprensión universal.

Luego llegué a la madurez y le tomé gusto al gusto de mis padres. También al de mis abuelos. Repensé mis gustos y llegué a admirar la gran riqueza cultural de mi país, y no sólo de mi país, sino de un amplio número de países. Me sentí un ciudadano solidario del mundo, una persona con criterio amplio y abierto. Me propuse mantenerme joven de pensamiento, preparado para lo que viniera. Pero desde luego no pude imaginar lo que vendría. Nunca consideré los transexuales ni los transgénicos, ni la música rap, ni las mujeres rapas, ni los piercings por todas partes –sobretodo en la lengua y las partes íntimas- ni mucho menos los tatuajes sobre delicadas pieles femeninas, ni la guerra con drones.

Han pasado los años y ahora tengo hijos adultos. Aún permanezco abierto y con ellos coincido en bastantes cosas. Con los hombres coincido en el gusto por las mujeres, los autos deportivos, los deportes. Con la mujer algo de la música, los libros y la moda. Afortunadamente compartimos valores básicos de familia, modales y moral. Sin embargo, me doy cuenta más y más de que el mundo de ellos es cada vez menos mi mundo. Que a pesar del puente familiar que nos une y que bien podría llamarse amor, respeto o solidaridad, la brecha generacional se presenta inevitablemente.

Tal vez la brecha no se deba tanto a las generaciones como a los cambios en los medios de comunicación que nos seducen e imponen influencias, homogenizando, revolviendo y después aislando. Algunos conceptos se revuelven y fusionan, como el sexo, los gays, los baños unisex, y a la vez se generan profundas nuevas divisiones como la de los musulmanes con los cristianos, o la de los gobiernos contra sus ciudadanos, a quienes van teniendo por enemigos que pretenden despojarlos de sus prebendas.

A veces he llegado al punto de sentirme ajeno al mundo actual, quizá más ajeno de lo que se habrán llegado a sentir mis padres. Con la globalización, la masificación, las clonaciones, la edición del ADN, la multitud cabizbaja que no te mira a los ojos porque está mirando sus celulares, la hipercomunicación de “fake news” me encuentro ahora sinceramente confundido. Recuerdo entonces un poster de mi adolescencia, con una fotografía de un chimpancé rascándose la cabeza y debajo de él un letrero que ponía: “Justo cuando tenía yo todas las respuestas ¡me cambiaron las preguntas! “