Yo quería ser feliz

El lugar del campamento era gigantesco, un comedor principal para cuatrocientas personas totalmente hecho de madera

Por: Néstor Cabral Biurcos

No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación.

Aprender de ti mismo y descubrir motivaciones, capacidades e intereses que pensabas no tener o simplemente no estaban en tu cabeza, es un sentimiento que como pocos te hacen pensar en quién eres, te hace reflexionar del porqué de muchas cosas. Pocas veces han sido esas que un cambio tan grande en mi vida, o un cambio de perspectiva de tal magnitud he tenido. Si una persona no se abre a nuevas cosas y tomas los riesgos para encontrarse, entonces no esta viviendo.

Continuando con mi aventura por Canadá, lo siguiente en mi agenda era asistir a un campamento de una semana en un lugar llamada Princeton, aproximadamente a unas cinco horas de Victoria, ciudad donde me estaba quedando. Mi temor más grande no era el de viajar sin mi familia a este campamento, ya que a este viaje yo iba por mi cuenta. Mi mayor temor era el de no hacer amigos, y no poder relacionarme tan rápido como me gustaría, ya que me considero una persona que depende mucho de sus amistades y relacionarse con los demás.

Recuerdo llegar al Ferry, el cual nos llevaría a un autobús en la ciudad de Vancouver, llegué temprano, hacía frío y estaba cargando una maleta que fácilmente pesaba más de 20 kilos para un viaje de una semana. No fue muy inteligente de mi parte. Ahí estaba yo, moviendo la cabeza de lado a lado viendo cómo llegaban más y más jóvenes, los cuales, según yo, todos eran mayores que yo, y así era. Finalmente, después de veinte minutos de andar sin idea de qué hacer, se me acercó un chavo que media fácilmente 1.90 metros de estatura y parecía de más de 18 años, me intimido por un momento. Me preguntó si mi nombre era Néstor y me comentó que estaba en la misma cabaña que yo. Después se me fue el susto al enterarme que era uno de mis instructores, no un campista.

Me presentó a mis compañeros de cabaña, yo era el menor, más chaparro y el que menos aparentaba tener una idea de a dónde se dirigía, ya que no estaba bien seguro cómo era el lugar dónde estaba y ese tipo de detalles, al parecer todos habían asistido mínimo una, si no es que dos veces a este campamento. Seis canadienses, un filipino y un alemán eran quienes compartirían conmigo una semana de mi vida, en un lugar que no conocía y con costumbres totalmente diferentes a las mías. Un viaje largo, y callado para mí, me senté en una esquina a comerme una manzana y disfrutar de los poco comunes paisajes que podía ver desde la ventana. Para ellos ver eso era como para mí ver las montañas que rodean esta ciudad, un espectáculo sin duda. Después de cinco horas de viaje, llegamos.

El lugar del campamento era gigantesco, un comedor principal para cuatrocientas personas totalmente hecho de madera, una cancha de futbol de pasto perfectamente cortado, un lago enorme en el cual podíamos esquiar, tomar un kayak, o simplemente nadar, un par de canchas de basquetbol, una playa artificial alrededor del algo, un salón de música con instrumentos que podías tomar, un salón de juegos con mesas de billar, ping pong entre otras, montañas para andar en bicicleta libremente, alberca olímpica. No creía que fuera real hacer un lugar tan perfectamente adaptado para jóvenes, una semana de descubrirte a ti mismo alrededor de tus amigos y todas las actividades que te puedas imaginar. Hacer amigos no me tomó mucho trabajo ni tiempo. Era imposible no hacer amistades con tantas actividades que hacer, encontrar personas con los mismos gustos que tenías y disfrutar. Cabe mencionar que esta semana, mi teléfono no estaba conmigo ya que nos lo quitaban con el propósito de que te olvidaras de tu vida y simplemente disfrutaras.

Todas las noches, después de la cena, la cual era a las ocho de la noche en punto en el comedor principal, todos los más de trescientos campistas, caminábamos al auditorio principal y renovado. Todas las noches había conciertos en vivo, donde todos cantábamos hasta quedarnos sin voz. Una vez terminado los conciertos, nos sentábamos, y escuchábamos a un orador motivacional el cual nos contaba historias de su vida, experiencias, retos y desafíos que la vida le ha puesto, e intentaba dejarnos con un mensaje todos los días, el cual pude tomar, entender y aplicar en mi vida hasta hoy en día. Una vez terminado estas pláticas motivacionales diarias, nos sacaban por quince minutos al aire fresco de la tranquila noche, nos pedían irnos a un lugar, solos, encontrar un espacio y guardar silencio, reflexionar de todo lo que habíamos oído. Una vez terminado este proceso, nos íbamos a las cabañas, en las cuales los nueve integrantes de la misma, nos sentábamos en círculo, y pasábamos dulces de distintos tipos. El punto de esto era de hablar de lo que había sido nuestro día, hablar de lo que más nos gustó en las actividades que libremente escogíamos hacer, y después, hablar de lo que opinábamos de lo que Steve, el orador, nos había narrado en el auditorio.

Es difícil escribir con facilidad lo que fueron esas 7 sesiones de pláticas profundas filosóficas, con personas las cuales no conocía, y era libre de poder decir lo que en serio pensaba sin tener miedo a ser juzgado. Me sentía seguro, y ellos también. Recuerdo las veces en que las pláticas se volvían tan profundas que se llegaba al llanto. Es triste, qué puedo decir, que me sentía más seguro hablar de lo que pensaba en otro país, con otras personas, las cuales no me conocían ni yo a ellas, por consiguiente.

Siento que ese tipo de oportunidades no se presentan con frecuencia en la vida y tenemos que aprender a tomarlas. Ahí estaba yo, sentado en un círculo, en un lugar que no podía ubicar bien en el mapa, sin mi celular, sin contacto con alguien que hablara mi idioma, contando todo lo que estaba en mi cabeza sin ser juzgado, al contrario, escuchado y aconsejado. Hubo días en los que después de estas sesiones quería seguir pensando, entonces iba a la azotea de mi edificio de cabañas y observaba las estrellas, algunos días solo, algunos días acompañado de Michael, mi amigo filipino. Descubrí que hay muchas cosas, una de ellas fue que hablar es más sencillo cuando tienes a alguien quien sabe escuchar, a veces ese alguien, eres tú mismo. Aprende a escucharte a ti mismo y lo que tu corazón, cerebro, ser, o como lo quieras llamar te está diciendo. Es importante.

Al terminar la semana, descubrí qué quería para mi futuro. Supe que quería hacer un cambio en mi vida, que la forma en la que se vive en México puede cambiar, y de ahí la motivación que tengo para estudiar lo que me llama la atención. Pero más importante, ¡ya estaba seguro que quería ser de grande! Una pregunta que nos hacen a lo largo de la vida más de una vez. ¿Quieren saber la respuesta? Yo quería ser… Feliz.