La sociedad anestesiada

Planeta Luna / Por: Consuelo Elipe

Me encantaría que fuéramos capaces también de ver lo realmente importante para hoy y para el futuro.
Consuelo Elipe

A veces parece que vivimos anestesiados.

Pasan tantas cosas en el mundo —o pasan las de siempre, pero ahora nos enteramos de absolutamente todo, de cada detalle, de cada bobada— y eso es tanto que nos abruma y nos sobrepasa.

En la crónica internacional tenemos guerras que no cesan, luchas por territorios, inmigrantes que mueren en pateras, tragedias que ni siquiera conocemos porque no interesan. Y si ya me fijo en España, es de locos: esto es una telenovela, un libro de la mafia o una mala película de esas cutres o de clase B.

Y cuando me entra una ansiedad espantosa porque veo escándalos, trampas, cómo el gobierno es totalmente corrupto, cómo nos miente y se alía con lo peor, observo que a la mayoría de la gente esto no le afecta en nada en su vida diaria. Oigo expresiones o preguntas que algunos medios hacen: “¿Cuándo los españoles dejarán de tomar el aperitivo y saldrán a la calle para cambiar esto?” Y es que la sensación es esa: que pase lo que pase, nos quiten lo que nos quiten, siempre es más importante que llegue el veranito, salir a las terracitas, ir a la playa, al campo…

Hay algo maravilloso en eso, algo que el mundo envidia, y por eso España está saturada de turistas y personas que se quieren quedar a vivir. Pero como “local”, me encantaría que fuéramos capaces también de ver lo realmente importante para hoy y para el futuro. No abandonar nuestra forma de ser, sentir y vivir, pero tener la capacidad de hacer las dos cosas.

Si tenemos un gobierno que nos va quitando libertades, que depende únicamente de unos independentistas radicales, que es capaz de cambiar la estructura de la justicia para tener jueces amigos que los saquen de todos los líos, que tiene familiares implicados en delitos, ministros con escándalos de prostitución, y así hasta el infinito… y no dimiten…

Hay días en los que uno piensa: deberíamos estar todos en la puerta del Palacio del Presidente, a millones, y no parar hasta que se vaya… pero no, nadie se mueve.

Claro, esto no es solo nuestro. En México nos hemos acostumbrado a lo indigesto: vemos muertos por decenas cada semana y todo sigue igual, con ese punto de disfrutar de la vida, de ser positivos y felices que en ocasiones roza la fina línea de la inconsciencia.

¿Dónde está el punto medio entre no amargarte y ser tan happy flower que ya parece absurdo? ¿Es posible disfrutar de la vida y, al mismo tiempo, ser un ciudadano responsable, que con sentido común sea capaz de defender su país, su cultura, sus principios y su futuro?

En un mundo adormecido y obsesionado con eso de vivir el presente —que de verdad me dan ganas de vomitar cuando lo oigo—, en un mundo donde lo superficial se persigue más que nunca, un mundo que busca una foto para todo, a veces hasta en un funeral… ¿qué esperanzas tenemos de que vayamos a luchar por lo correcto? La mitad de los que parecen defender principios me hacen desconfiar, porque creo que lo único que buscan son likes. Solo unos pocos —muy pocos— son valientes, suficientemente valientes como para pelear por principios o ideales.

Creo que cuando desaparezcan generaciones como la de mi padre, esa esperanza será aún menor. Ellos tienen una inteligencia natural para saber qué está bien y qué está mal. Quizás su infancia y juventud tuvo menos distracciones, y se concentraron en las cosas de verdad, esas que les han guiado toda la vida.

Tampoco quiero decir que las generaciones como la mía —y todas las que vienen detrás— no merezcan la pena. Claro que hay personas estupendas, pero cada vez les va a costar más trabajo poder ser libres.