La búsqueda de la felicidad según Tobirio

Domingos de Malecón

Jorge Bátiz Orozco

Y llegó el invitado que año con años nos hace el favor de brindarnos su amistad, su calor y sus claros rayos que se filtran en nuestras entrañas para hacer latir más nuestro corazón y también para sacar los sudores que llevan consigo virus y males que salen goteando salados.

Este invitado al que no le importa buscar hospedaje porque duerme en la cama celestial y se recuesta sobre almohadas de nube, viene todos los días, lo admiramos todo el año, pero sólo en estas fechas se hace sentir, nos da muestras de vida productiva y febril.

Y es que es el rey, y al saberlo, se coloca en su aposento cómodo, orondo, a disfrutar no de vacaciones, porque viene a trabajar, porque viene a dar gusto a los turistas, y a sacar de quicio por momentos a los vallartenses que por falta de autocontrol no lo disfrutamos mientras que los visitantes no saben cómo agradecerle su deferencia transformada en motivos cálidos y amorosos.

Es más, los domingos, que son los días en que más trabaja, cuando la indicación divina es de descanso, es cuando más severo se torna, no sé por qué oscura razón. Pero aquí en el Malecón en verdad que se disfruta, aderezado por la brisita del mar que maquilla nuestras facciones y un vientecito tímido que le da un sabor especial a una tarde como la que hoy vivimos.

No hay mucho movimiento en nuestro Malecón, la gente que pasea de un lugar a otro es en su mayoría local, con alguno que otro turista que cámara fotográfica en mano inmoviliza y encierra imágenes que le harán recordar buenos momentos en el futuro.

En esas cavilaciones estaba cuando irrumpió mi compadre Tobirio, quien venía sudando como si recién hubiera sido bañado por una ola.

Mi compadre Tobirio se ha convertido en todo un personaje en la ciudad, tras convertirse en un apóstol, que lo mismo acude a ayudar a cruzar a una anciana, que participa en una manifestación a favor de mantener nuestras tradiciones.

Tobirio, quien recién cumplió sus cincuenta primaveras, se coinvirtió en mi compadre en un hecho fortuito, pero la convivencia cada domingo en que nos reunimos tácitamente en el Malecón, me ha servido para entender un poco más de esta vida.

-Qué tal compadre, ¿cómo le va?, me preguntó con buen humor, al llegar al lugar de nuestras citas.

-Bien y de buenas, compadre, contesté animado.

-Venía corriendo o qué compadre, está sudando a chorros.

-No, pero el clima está sabroso y parece que mi cuerpo responde a las caricias del astro rey.

Estábamos parados justo frente al Hard Rock Café cuando mi compadre Tobirio me invitó a sentar en una banca.

-Platiquemos compadre-, sugirió al momento que se posaba cómodamente y lanzaba una de esas miradas furtivas que suele hacer creyendo que no me percato, aunque sin la menor malicia.

-Compadre-, me dijo, qué extraño es el ser humano, ¿no le parece?

-¿Por qué lo dice compadre?, a mí por momentos me parece más que común y corriente.

Fíjese cómo caminan, observé a la gente detenidamente y verá, miré a la señora que viene por allá, alega con su hijo, lo reprende por algo, se supone que salen a pasear, a disfrutar del día de descanso y desperdician su tiempo en regaños, pleitos y molestias por simplezas.

En lugar de agregar algo al respecto miré cómo en verdad la señora le aplicaba la aburridora a un chamaquito de unos seis o siete años.

Somos extraños compadre, insistió Tobirio, hacemos lo imposible por amargarnos el momento, por echar a perder lo bonito de la vida, el día, o el instante fugaz.

Mire las gaviotas que vuelan sobre el mar, las olas que no se cansan de ir y venir, las nubes que se asoman tímidas pero alegres en un andar sigiloso pero firme.

-Allá compadre-, y me señaló a una pareja metida en una seria discusión, la ve, quién sabe cuál será el problema, o quizá ni lo exista realmente, sólo lo inventaron para molestarse. Pero también observe a esa parejita de tortolitos, enamorados, ni cuenta se dan que los estamos mirando, y ni falta que les hace, qué les importa, al fin el mundo es de ellos. Así deberíamos ser, como esos dos jóvenes que disfrutan su amor, su momento, sin importarles nada más.

Tobirio seguía barriendo el Malecón de lado a lado con una mirada escrutadora, -Qué fácil sería nuestra vida si quisiéramos hacerla sencilla compadre, -continuaba Tobirio aferrado a su molestia,- si nos quitáramos esa costumbre de amargar a los demás, de entrometernos en cosas que no nos conciernen, si hiciéramos un esfuerzo por ofrecer una sonrisa a los demás, en lugar de un reproche, si entendiéramos a nuestros hijos y los escucháramos en lugar de reprenderlos por todo.

Creo compadre, que tenemos que ponerle un freno al ritmo con el que afrontamos la vida, necesitamos hacer un alto, parar en un semáforo imaginario y pensar que estamos perdiendo segundos, minutos, horas y días por correr sin rumbo, por apurar lo que tiene que ser pausado, pensado, vivido y disfrutado, y después, al momento que el semáforo se ponga nuevamente en verde, reanudar el camino pero a menor velocidad y con rumbo bien definido.

-Compadre, ¿por qué no somos felices?, -porque no nos damos el tiempo, se contestó solo Tobirio.

-Porque creemos erróneamente que el que corre más llegará más pronto, y no es así, porque nos estamos precipitando a la pendiente, y cayendo todos en el abismo de la desesperación, y ya ahí, amontonados unos sobre otros, no tenemos espacio para movernos y peleamos para buscarlo, cuando arriba, unos centímetros apenas está todo libre y hay lugar para todos. Creo compadre que es cuestión de reflexión, de encontrarnos con nosotros mismos y cuestionarnos, lo primero que debemos hacer para encontrar nuestra felicidad es ubicarnos en nosotros mismos, conocernos, saber de nuestras debilidades y afecciones, y a partir de esa premisa, ser felices, y por consiguiente contagiar y proponer esa felicidad a los demás.

Estamos acostumbrados a etiquetar a la gente, a la que ofendemos por nada, sólo porque no es igual o no piensa como nosotros, o porque le va a un equipo diferente, o porque va con otro candidato, o por cualquier simpleza.

Si pensáramos más en corregirnos a nosotros mismos estoy seguro que pronto mejoraríamos y que la vida tomaría otro color.

Tobirio se incorporó y antes de emprender la retirada me dijo, voy a buscarme compadre, haga usted lo mismo y nos vemos el próximo domingo, y verá que si lo logramos, seremos más felices.

No atiné a articular palabra pero decidí hacer lo mismo, lo que me pedía mi compadre, buscarme para tratar de ser feliz.