La basura que comemos

El auto envenenamiento tóxico por el consumo exagerado de alimentos procesados, no cocinados, lo pagamos con el tiempo, y a veces a edad temprana

Por: Héctor Pérez García

En homenaje póstumo a Eduardo del Río, RIUS, recien fallecido. Uno de los más aferrados críticos a la “basura que comemos” mismo tema que describe con gran detalle en su múltiples libros.

Le tomo prestado el título a Eduardo del Rio (Rius) autor del libro del mismo nombre (Grijalbo 2000), que trata sobre los alimentos chatarra que nos inundan y envenenan a ciencia y paciencia de las autoridades sanitarias. La salud, que es lo contrario de la enfermedad, debiera ser la principal preocupación de quienes detentan el poder de decidir acciones para conservarla. Nada de lo que comemos o bebemos se escapa en estos tiempos de los dañinos aditivos que se encuentran en los alimentos en apariencia más inofensivos.

Es cierto también, que la ignorancia y la desinformación son causantes de que la mayoría de la población en nuestro país se alimente mal procurando bien alimentarse. Esto sucede tanto en los países ricos como en las naciones pobres, siendo éstas últimas mayormente afectadas al caer víctimas de la divulgación de las grandes empresas transnacionales y de gobernantes y funcionarios insensibles.

La manipulación que las grandes empresas alimentarias internacionales hacen de la química provoca que nuestras prácticas autóctonas parezcan simple artesanía

Comida química

Las grandes empresas alimentarias internacionales han encontrado una vía de distribución de sus productos, mismos que no escapan al contenido de aditivos, saborizantes, colorantes, y otros quimicos dañinos al organismo humano. Esa vía son los certámenes de restaurantes y cocineros, las guías y rankings que impulsan la competencia, pero no necesariamente la salud. Esas mismas empresas nos hacen ingerir comida industrializada, NO COCINADA. Acción contraria a la naturaleza y causante de la degradación de nuestra salud: cáncer, diabetes, dolencias coronarias, etcétera.

La llamada “comida chatarra” y aun la no identificada así, contienen más sustancias dañinas para la salud que nutrientes para conservarla. Sólo en pocos países se han prohibido sustancias químicas que otros, entre ellos el nuestro, se agregan a los productos alimenticios para conservarlos, potenciar su sabor o hacerlos atractivos a la vista.

La manipulación que las grandes empresas alimentarias internacionales hacen de la química, principalmente europeas, provoca que nuestras prácticas autóctonas parezcan simple artesanía: alimentar a las reses con combluterol, agregar color al alimento para gallinas, colorear las salchichas, etcétera.

Si bien algunos gobiernos complacientes, como el nuestro, se rehúsan a prohibir la invasión de sustancias químicas que luego se utilizan en la elaboración de alimentos nocivos aquí mismo, lo hacen sometidos al poder económico que corrompe todo, comenzando con los medios de comunicación masiva como la televisión.

Realidad y ficción

Todo esto, como una introducción al tema de una novela que recién leí con el sugestivo título de CADAVER  ENTRE PLATO Y PLATO (Tom Hillebrand. Grijalbo 2014). Historia que se desarrolla en el mundo de la alta gastronomía europea, incluyendo el pesado fardo de las clasificaciones (Guías Gastronómicas) y el insaciable apetito financiero de las empresas alimentarias internacionales.

Un reconocido chef-propietario con dos estrellas Michelin, (Paul Boudier) es víctima de sí mismo; la enorme presión a que se ha sometido por muchos años para conservar la calidad de su comida (y sus dos estrellas Michelin), el prestigio de su nombre y su estatus en la comunidad gastronómica francesa, ha calado en su salud al igual que su edad.

El inescrupuloso consejo de un ex discípulo, que ha ganado fama como cocinero de la TV, lo introduce a una red de cocineros que se prestan para ensayar sustancias alimenticias exóticas (en este caso de origen natural), que se utilizan para potenciar el sabor. La sobre dosis de un potente saborizante, aun en etapa de prueba por la división de Food Design de una empresa alimentaria internacional, provoca la muerte de un crítico gastronómico de la famosa guía roja.

Los resultados de laboratorio, indican que la supuesta fruta contiene sustancias potenciadoras del sabor 100 veces superiores al cuestionado Glutamato Monosódico de origen japonés, y que se encuentra en todos los productos preparados y en la mayoría de los platos que salen de las cocinas industriales y los establecimientos de comida rápida. ”A los cocineros les encanta y a los grupos alimentarios también porque con el glutamato monosódico todo sabe mejor, incluso si se utilizan ingredientes de baja calidad. Además, se ha demostrado que cuando la comida lleva glutamato monosódico la gente come más rápido y mayor cantidad”. 

“Lo importante es que el glutamato monosódico llega rápidamente a través de las mucosas, a la sangre. En experimentos con animales se ha demostrado que de allí pasa directamente al cerebro. No actúa sobre las papilas gustativas como se supone. El cuerpo lo transforma en glutamina y, por consiguiente, en moléculas minúsculas que pasan fácilmente de la sangre al cerebro. Ahora bien, el resultado de una sobredosis de glutamina denominado “exitotoxicidad”. Es decir, la destrucción de neuronas a causa de una superactividad. Cada vez que te pegas una orgía de comida rápida o tomas una sopa de sobre china (Maruchan) se destruyen unas cuantas neuronas. Y quién sabe sobre los efectos que eso pueda tener en tu cerebro a largo plazo”.

El auto envenenamiento tóxico por el consumo exagerado de alimentos procesados, no cocinados, lo pagamos con el tiempo, y a veces a edad temprana. No es solo la llamada comida chatarra, muchos alimentos considerados “normales” contienen alguno o varios tipos de aditivos, colorantes, conservadores, potenciadores y toda una sarta de químicos que envenenan lenta pero inexorablemente.

Las grandes empresas productoras de alimentos industrializados han encontrado el canal por dónde encausar sus productos: los mismos cocineros. Cocineros que complacientes aceptan ser patrocinados en concursos del mejor restaurante del mundo o del rumbo; de festivales donde se cocina con sus sazonadores, no importa si son toxicos. Y a la sombra las cocinas autoctonas se rezagan para quedar como mudos testigos de fogones que se apagan. Descanse en paz Eduardo Ríos junto al gran Rius.

El autor es analista turístico y gastronómico

Sibarita01@gmail.com

Elsybarita.blogspot.mx