Identidad

Voceros Incansables / Por Félix Fernando Baños

Después de la fuente del Genio del Agua, para seguir por la isla del río Cuale hacia el oriente, se debe pasar por debajo del puente con que el Fideicomiso Puerto Vallarta conectó la calle de Morelos, en el Centro, con la de Ignacio Luis Vallarta, en la colonia Emiliano Zapata. Casi de inmediato, junto al brazo derecho del río, se encuentra “Identidad”, exquisita obra de Martha Gilbert, busto en bronce a la cera perdida, de tamaño natural, patinado en café, que fundió Héctor Manuel Montes García.

La escultura retrata a una hermosa muchacha indígena, cuyos rasgos son los de alguna de las naciones desparramadas en Árido América, el vasto territorio contiguo a Mesoamérica, formado por el norte de México y los estados de la Unión Americana que pertenecieron a nuestro país hasta 1847. Árido América tiene algunos valles feraces, pero sobre todo abunda en desiertos, en impresionantes cadenas de montañas y en praderas. Sus pobladores descienden de los habitantes de las tundras de Siberia que penetraron en Alaska por Beringia antes de la última glaciación y que ya no descendieron más hacia el sur. Aunque hubo algunos asentamientos, como los de yaquis y tarahumaras, los apaches y demás áridoamericanos fueron nómadas que vivían de la caza y de una agricultura de subsistencia. Su relativo aislamiento, la imponente majestad de la región en que se movían, su organización tribal y la necesidad de defenderse de agresiones inesperadas los hicieron fuertes, tenaces y aguerridos.

La muchacha de Martha Gilbert lleva en ambas orejas largos pendientes en forma de dos cascabeles, engarzados uno bajo el otro. A manera de tocado, un asta de ciervo se enreda por detrás en la abundante cabellera, que cuelga sobre el hombro derecho, donde empieza a trenzarse. Está peinada con raya en medio de la cabeza, y algunas guedejas resbalan por la espalda, mientras que otras cuelgan a lo largo de las sienes, enmarcando la frente triangular.

Erguida firmemente, atenta y solemne, “Identidad” observa impasible, con reserva inescrutable y profunda calma, lo que sucede frente a ella. Su actitud puede parecer inquietante porque no podemos penetrar sus pensamientos, bien ocultos tras la mirada sostenida e indagadora, y los labios carnosos, cerrados con severidad. Los pómulos sobresalientes dan el toque final de adustez al rostro.

El asta de ciervo con que se atavía manifiesta el rango de la retratada, y también su participación en alguna ceremonia de su tribu.

Como lo indica el título de la escultura, Martha Gilbert quiso expresar en ella un concepto que va más allá de la finura de su modelado y de la calidad figurativa del rostro. Identidad es la permanencia de algo como igual a sí mismo a través del tiempo, a pesar de los cambios accidentales que experimente. Vocero incansable, este busto nos remite a la cosmovisión de un pueblo árido americano, a su religión, mitología, arte, costumbres, idioma y sensibilidad, que sobrevive de alguna manera en sus jóvenes, junto con sus rasgos físicos.

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