El AIFA

La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia

El AIFA puede constituir una pieza clave en el sistema aeroportuario del Valle de México

Una de las decisiones más controversiales asumida por Andrés Manuel López Obrador antes de tomar posesión como presidente de México, fue cancelar el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM), construido sobre una porción del lago de Texcoco.

La propuesta fue un emblema del gobierno de Enrique Peña Nieto, obsesionado por posicionar a nuestro país como una nación moderna y amigable con los capitales económicos. Los diseñadores fueron el afamado arquitecto Norman Foster, autor de varios de los aeródromos más espectaculares del mundo, y Fernando Romero, célebre por ser yerno de Carlos Slim, el mexicano más millonario entre los millonarios.

La obra llevaba un 15% de avance y se habían firmado los contratos con las empresas mediante una inversión público-privada que fue objetada por AMLO al señalarla como abusiva y “neoliberal”. En octubre del 2018 se realizó una encuesta de dudosa credibilidad y al más puro estilo del “dedazo” priista, los operadores de la 4T enterraron la iniciativa.

Para nadie es un secreto que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) está rebasado en su operación cotidiana. Uno de los problemas es el centralismo al que recurren las empresas aeronáuticas, utilizando al AICM como punto de conexión a otros destinos, en vez de fortalecer hubs regionales en Monterrey o Guadalajara.

Ante el tamaño del problema, AMLO impulsó la habilitación del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) en terrenos de la base área militar número 1 de Santa Lucía en Zumpango, Estado de México. El proyecto ejecutivo fue designado en forma directa por el gobierno federal a Francisco González-Pulido en coordinación con la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA). El presupuesto inicial fue de 84 mil millones de pesos, incluida una conexión vial con el AICM. Fuentes extraoficiales calculan que la inversión se elevó a casi 116 mil millones de pesos para la fecha de su inauguración, el 21 de marzo pasado.  

La terminal dispone de 12 posiciones con puente para abordar, 5 a través de plataformas y 11 remotas, sumando un total de 28 posiciones de embarque. Resalta su extensión, siendo el tercer aeropuerto más grande del país, solo detrás del AICM y el de Cancún.

Una de las críticas constantes al AIFA es la lejanía y escasa conectividad con la Ciudad de México, cuyo Centro Histórico se ubica a cuarenta y cuatro kilómetros de distancia. Para atenuar esta debilidad, se trabaja en una Terminal Intermodal de Transporte que albergará al Tren Suburbano, líneas del Mexibús y una base para autobuses foráneos.

El pasado fin de semana tuve oportunidad de viajar al AIFA y me sorprendió el tamaño del conjunto, así como el aire de funcionalidad que proyecta. Aún huele a nuevo y es evidente la subutilización de las capacidades de que dispone. Da tristeza ver una obra tan sola, a pesar de la imponencia de su infraestructura, como los accesos que conectan con la Ciudad de México a través del Circuito Mexiquense.

A pesar de las constantes bromas y el aparente capricho presidencial por construirlo, la terminal puede constituir una pieza clave en el sistema aeroportuario del Valle de México junto con el AICM y el Adolfo López Mateos de Toluca. El tiempo dirá si habilitar el AIFA fue una decisión adecuada. El monto de la inversión no es menor, así como la necesidad de mejorar la seguridad y comodidad aérea de los mexicanos y sus visitantes.