Corre y besa

Utopía Vainilla

Un beso largo va apareciendo, poco a poco; ella se abraza del árbol con la entrepierna desnuda y pegada al tronco. Su vestido lo permite, vestido de pliegues y aberturas sin paralelos.

Cristina Gutiérrez Mar
cucus.cgm@gmail.com

Ella corre y corre.

Corre entre pastizales y flores de colores.

Corre rápido y sin mirar atrás.

Corre con un vestido blanco y la espalda descubierta.

Lunares en su piel traslucida hacen juego con los tulipanes.

Boca pintada de rojo le quedan a los claveles.

Aretes bohemios coquetean con los girasoles.

Y las margaritas son hermanas de su nombre.

 

Su cabello castaño se enreda en el viento, un colibrí azul la acompaña en vuelo y su corazón brinca como un conejo con seis pascuas al mismo tiempo.

Corre descalza dentro de un atardecer amarillo y con lluvia ligera que purifica su alma.

Ella corre y corre, sin saber el camino, corre feliz y sin ataduras.

Un árbol le llama la atención.  Un árbol frondoso, alto y  viejo, tupido de hojas que casi tocan las nubes. (Ella ama los árboles, suele decir que dríades viven en ellos).

Ella se detiene, un seductor cosquilleo le envuelve el vientre; y sin pensarlo, se acerca al árbol para besarlo.

Un beso largo va apareciendo, poco a poco; ella se abraza del árbol con la entrepierna desnuda y pegada al tronco. Su vestido lo permite, vestido de pliegues y aberturas sin paralelos.

Hermosa escena, dos espíritus que se reconocen, que se encuentran, que se pertenecen, que nacieron de la misma estrella.

El colibrí azul vuela alto en las hojas verdes del árbol, y se posa en la única hoja rojiza.

Un relámpago ilumina la escena, destello que se queda en pausa, brillante, irreal y, durante once segundos, la pradera, las flores de colores, el cielo, el árbol, el colibrí, ella; son luz.

Después todo queda en total oscuridad; estrellas y luciérnagas aparecen tímidamente, para luego quedarse sensuales en el firmamento y en los suspiros.

Ellos siguen besándose, no se despegan, no quieren y no pueden. Dos espíritus; uno dentro de una bella mujer y otro atrapado dentro de un árbol, inmóvil pero que siente, ¡oh sí que siente!

Ella despega la boca del tronco, lágrimas brotan de sus nítidos ojos  y la ansiedad germina sin pedirla.

Ella primero llora en silencio, después a gritos. La luna menguante surge soberana y ella le pide un deseo. Deseo que navega en el aire y se pierde en el viento.

Ella no se da por vencida y le vuelve a gritar a la luna, suplicando: “Si no es él, entonces conviérteme a mí en árbol”.

Un trueno con eco de puma se apodera del cielo…

Pasan las horas, los días, los meses, los años; yacen ahí dos árboles, enlazados  entre sí y fundidos en un beso de amor permanente.