ALAS

Me levanté muy de mañana, hice todas mis actividades de rutina y me senté frente a la computadora. Le di un sorbo al café mientras observaba la luz que entraba por la discreta ventana

Cristina Gutiérrez Mar

Utopía Vainilla

cucus.cgm@gmail.com

Me levanté muy de mañana, hice todas mis actividades de rutina y me senté frente a la computadora. Le di un sorbo al café mientras observaba la luz que entraba por la discreta ventana. En la pequeña mesita de cristal, donde yo me encontraba, llamó mi atención una pluma como la de un ángel. Parecía que tenía vida, pues se movía al compás del Otoño de Vivaldi.

La tomé delicadamente con mi mano derecha y, desapareció por completo como si fuera magia.  ¿Dónde se iría?

De repente me vino un cansancio delicioso, coloqué mi cabeza en la mesa fría de cristal y me quedé dormida en pocos segundos.

Tuve un sueño o tal vez un presagio. Un ángel de cabellos castaños me tomaba de la mano.  Sin decir palabras, caminamos un largo rato por montes y praderas de verde intenso y flores turquesas. Su perfil era hermoso, digno de una escultura en Florencia. Tenía unas alas de color blanco impecable y brillaban como una puesta de sol virgen en verano. Eran grandes y con aura propia.

La mano del ángel se sentía tibia.  Su sonrisa era dulce, labios poéticos y ojos con mirada de infinito. Podía yo descubrir otros mundos y dimensiones en esos ojos no humanos.

Llegamos al principio de un laberinto, nos detuvimos unos segundos y el ángel me miró callado y con dulzura. Yo no tenía miedo, al contrario, quería ya entrar al laberinto con mi ángel para saber lo que había al final del camino.  Me gustaba estar con él.

Soltó mi mano y me dio un beso en la mejilla.  Creo que me ruboricé demasiado y, desapareció.  –Eso de que las cosas y ángeles desaparezcan sin avisar no me gusta nada-. 

Mis pies no podían retroceder puesto que el camino se había borrado.  En cambio, estaba el laberinto frente a mis ojos. Avancé temerosa sin mi ángel.  Me temblaban hasta las células del cuerpo.

Estaba descalza, el suelo se sentía áspero y mi cabello había crecido hasta las rodillas. Todo era extraño.  Caminé cautelosa y sin parpadear; sentía que muchos ojos me observaban, pero no logré distinguir algo.

El aroma a eucalipto apareció y, mis poros succionaron sus propiedades, logrando que mis alergias se disiparan. Me sentía diferente y ligera.

Seguí adelante, llamé en silencio a mi ángel, pero fue inútil. No había señal de él. Confíe en mis pies y mi sexto sentido, avancé y, me topé con dos caminos. Uno era oscuro y el otro tenía un resplandor hermoso.

Obviamente tomé el más luminoso. Las paredes estaban tapizadas de luciérnagas inmóviles y el piso era liso y resbaloso. Suspiré y me adentré más y más. Conforme avanzaba, el camino se hacía angosto hasta que no logré pasar.  La angustia me rebasó los sentidos y mi corazón estuvo a punto de explotar en pedacitos. Examiné minuciosamente el lugar y avisté una pequeña tabla con un cerrojo en el piso.  Se necesitaba una llave con abertura de estrella.  Así que se me ocurrió buscar en mi cabello enredado, y cuál fue mi sorpresa al encontrar un prendedor en forma de estrella. Me asombré de manera efusiva cuando logré abrir la derretida puerta.

Como un conejo me zambullí en el interior. Un espacio nocturno y de estrellas doradas me dio la bienvenida.  Mi cuerpo flotó y mi espíritu se identificó con la sensación de volar. Una estrella musical me jaló hacia ella. La música era exquisita. Arriba de la estrella estaba él, mi ángel. Se acercó a mí, me tomó en sus brazos y, me besó con una intensidad de amor que jamás había experimentado. Nuestros labios se conectaron y, mi espíritu, se desprendió instantáneamente de mi cuerpo.

Mi cuerpo inerte yacía ahí, tirado en el piso. Mi espíritu es el que tenía vida, el que vibraba con la boca de él, con sus apasionados besos, con sus brazos hechos a la medida de mi cuerpo y con sus manos que recorrían toda mi espalda.  Era yo de él, de esa estrella y de ese universo nocturno.

Desperté con la computadora de frente, con el cuello adolorido y con una pluma blanca de ángel en la mano derecha.

Me incorporé y observé el monitor. Había algo escrito en Arial 12: “Nos pertenecemos, no aquí, allá”.

Ahora disfruto más la vida porque sé que estamos aquí de paso y, algún día, regresaremos a nuestro origen.

Ilustración de Sio/laura.tcm@hotmail.com