El plácido murmullo del silencio
Luis Barragán fue un arquitecto jalisciense que se graduó como ingeniero civil, pero quien dispuso del talento para modelar espacios sublimes y emblemáticos. Nacido en Guadalajara el 9 de marzo de 1902 al seno de una familia próspera, tuvo contacto con el mundo rural de la Sierra del Tigre en particular en la hacienda de Corrales en la Manzanilla de la Paz.
Sus estudios profesionales los cursó en la Escuela Libre de Ingenieros, y una vez obtenido el título, se embarcó en un viaje por Europa, donde nutriría buena parte de su lenguaje arquitectónico, gracias a la influencia del paisajista y jardinero Ferdinand Bac, así como del conocimiento de la arquitectura islámica.
Ya de vuelta en Guadalajara, se dedicaría a la práctica profesional, consolidando un movimiento conocido como la Escuela Tapatía de Arquitectura, al lado de personajes de la talla de Ignacio Díaz Morales, Rafael Urzúa y Pedro Castellanos. Los principios del grupo fueron el rescate de los valores tradicionales de las fincas para adaptarlos a las necesidades de la época, realizando una obra relativamente afín entre los años de 1924 y 1936.
En este periodo me detengo en dos obras: la primera es la edificación de la casa para la familia González Luna, que destaca por su alto sentido estético y funcional; la segunda es la casa Cristo, peculiar experiencia que se adapta al clima y asoleamientos de la Perla Tapatía, modelando un espacio con corredores adaptados al lugar, clima y a la época.
En 1936 se traslada a la Ciudad de México, que se convertiría en el sitio favorable para desarrollar con plenitud sus capacidades artísticas. Tras dedicar algún tiempo a proyectos inmobiliarios y comerciales, emprendió iniciativas personales en el Pedregal de San Ángel, zona con un paisaje único resultado de la explosión volcánica del Xitle. Éste fraccionamiento se convirtió en un campo de experimentación para el paisajismo nacional y en una zona exclusiva para la élite mexicana.
Para 1947 edifica su propia casa localizada en el número 14 de la calle Francisco Ramírez en Tacubaya, convirtiéndose en un ícono y fuente de inspiración para una generación de arquitectos y alcanzando reconocimiento global, a tal grado de ser declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En ese lugar, Luis Barragán fallece en 1988.
En 1980 recibió el premio Pritzker, máximo galardón para un arquitecto, siendo el único autor mexicano que ha logrado esta distinción. En el discurso de aceptación del premio, hizo un recuento por las fuentes de inspiración de su trabajo tan peculiar y trascendente.
Las aportaciones del maestro Barragán a la arquitectura global y mexicana son diversas. Una fue la recuperación de la luz y el silencio como medios expresivos para conectar sensaciones en los espacios. Otro fue el empleo de técnicas y materiales tradicionales para reconfigurarlos como soluciones universales. Y finalmente, el uso del color y la integración con otros medios de expresión artística como la pintura y escultura.
Al conmemorar 120 años de su nacimiento, vale la pena conocer y revisitar su obra y de paso, reflexionar sobre los valores que nos vendría bien recuperar. Los proyectistas actuales nos hemos perdido entre las exigencias de una sociedad encandilada por deseos anodinos, dejando de aportar belleza y funcionalidad a los edificios que modelamos.