La luz luce más en la oscuridad

Aventuras de un pintor / Por: Federico León de la Vega

En la era de la hiperconectividad y la inteligencia artificial, la búsqueda de autenticidad nos invita a rescatar las "sendas antiguas".

Me encuentro en el ambiente mágico de un monasterio con cerca de quince siglos de historia. Reflexiono sobre cómo la gente de entonces no solo sobrevivía, sino que vivía sin electricidad, sin Wi-Fi y sin tantas cosas que hoy consideramos esenciales. Su búsqueda no era de comodidades, sino de la verdad. Lo plasmaban todo mediante la caligrafía, con una paciencia que hoy nos parece de otro mundo.

Hasta las palomas mensajeras, un método de comunicación sorprendentemente seguro, resurgen en el cine moderno como un símbolo de resistencia contra la inteligencia artificial. Esta conexión con lo antiguo me lleva a mi oficio: la pintura al óleo. Una técnica de más de 700 años, que vivió una revolución con un invento aparentemente modesto: el tubo de pintura. Este permitió llevar los colores al campo, encerrando en una cajita la posibilidad de capturar la luz natural.

Es crucial, hoy más que nunca, distinguir entre el verdadero arte y la confusión que a veces genera el arte digital. Lo mismo ocurre con la música compuesta o los textos leídos por una computadora. Aunque técnicamente perfectos, resultan monótonos. Es una perfección estéril, comparable a un personaje de ficción que nunca muestra un rasgo de humanidad. Eso, en la pantalla, puede existir; pero sin una creatividad humana auténtica detrás, el arte digital pierde sentido y, para mí, interés.

No creo ser el único que siente un amor profundo por las cosas sencillas y comprensibles. Observo, por ejemplo, cómo un Volkswagen “vochito” anterior a 1979 —año en que los coches comenzaron a llevar chips que permiten controlarlos remotamente—, si está bien conservado, puede valer una fortuna. Su valor reside en su simplicidad: se abre la tapa trasera y su motor es un libro abierto. Cada cable, cada pieza, puede ser entendida, armada y desarmada por uno mismo.

Esta añoranza por lo tangible y lo comprensible me recordó un versículo bíblico: “Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál es el buen camino, y andad por él” (Jeremías 6:16). Tal vez sea el momento de aplicar esta sabiduría. En un mundo donde la información es controlada, distorsionada y “mejorada” hasta la confusión, la verdad podría residir en volver a esos orígenes. Así, redescubro un dicho que aprendí en la escuela: “Lux in tenebris lucet”. La luz luce más en la oscuridad.

Moraleja: En la era de la hiperconectividad y la inteligencia artificial, la búsqueda de autenticidad nos invita a rescatar las “sendas antiguas”. No se trata de rechazar el progreso, sino de recordar que la verdadera innovación a menudo reside en preservar lo humano, lo tangible y lo sencillo, porque es en el contraste con el ruido digital donde la luz de la autenticidad brilla con más fuerza.