Recuerdos del porvenir: Pintando la Robot Desnuda

Por: Federico León de la Vega

Leí en el periódico que el gobierno de Arabia Saudita ha decidido otorgar la ciudadanía a Sophia, la mujer robot de Hanson Robotics, y que ésta misma robot, dará una conferencia en Guadalajara en abril del año entrante. De primer impulso pensé en ir a la conferencia con la esperanza de hacer a la robot algunas preguntas.

Le cuestionaría, por ejemplo, si usará Burka, esa prenda que cubre todo el cuerpo a excepción de una ventanita para los ojos obligatoria para las mujeres en público. También le preguntaría sobre la igualdad de derechos para los géneros, sobre el rol de la mujer en la sociedad actual, las oportunidades de educación para niñas, y le pediría su sincera opinión sobre la ley de Sharia, que recomienda dar muerte a quienes piensen diferente a la religión musulmana. Le inquiriría sobre tantas y tantas reglas islámicas que restringen la libertad de expresión de los ciudadanos en los países musulmanes.

Conforme imaginé las respuestas que Sophia daría a mis preguntas, fui desanimándome por entrevistarla. Creo que sería interesante ver a la robot sólo por curiosidad. Con esa misma curiosidad que me mueve a admirar los modernos autos deportivos: me gusta darles la vuelta, recorriendo con la mirada sus hermosas líneas, abrirles sus portezuelas para admirar los bellos y cómodos interiores, y desde luego levantar el capó para ver detenidamente sus poderosas máquinas. Esta sensación me llevó a preguntarme cómo sería pintar un desnudo de Sophia. ¿contará con todas las partes femeninas que corresponden al cuerpo completo?, ¿cuáles serían sus proporciones?, y ¿cuál la tonalidad y temperatura de las diferentes áreas de su piel?, ¿podríamos sostener una agradable y profunda conversación como ésas que se dan entre artista y modelo? Con ésta última reflexión perdí por completo el interés de pintar a Sophia o a cualquier otro robot, de cualquier género.

Hay, en el acto de pintar una figura humana desnuda, un intercambio profundo de sentimientos. El pintor recorre con la mirada al cuerpo sin tapujos y traslada al lienzo lo que éste le ha hecho sentir y comprender. El efecto sobre el artista no es de ningún modo morboso, ni de deseo sexual, sino de una humildad que se percibe al comprender la fragilidad que compartimos todos los seres humanos. Se pintan mujeres y hombres, viejos y jóvenes, gordos y flacos, en diversas poses. El shock del desnudarse dura sólo unos instantes. Muy pronto se entra en una comprensión sobre las limitaciones que nuestra especie comparte. El tiempo transcurrirá y pronto a la modelo le invadirá el cansancio; sudará bajo la luz, causando brillos definitorios en sus formas. En los puntos de apoyo, la sangre acumulada dará un color rosáceo, más cálido que el de los demás tejidos.  El peso de las formas corporales terminará por entumir sus músculos, las extremidades irán cayendo por gravedad, afectando la pose. El artista, observando toda la circunstancia del cuerpo que pinta, sentirá en el suyo propio lo que siente su modelo, desarrollando una comprensión que forja un carácter especial en el pintor como observador de la naturaleza. El tiempo es fugaz. Tendrá que apresurarse para terminar de capturar la pose.

Dudo que Sophia pueda aportar a un artista la calidad de esos momentos de exquisita y delicada comunión humana. Ha sido un privilegio pintar mujeres de carne y hueso.

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