Nunca se deja de aprender
Por: Dr. Jesús Cabral Araiza
En días recientes he tenido la oportunidad de viajar por razones de trabajo, aunque no niego que lo disfruto y me da la oportunidad de conocer de lugares, comida, y principalmente de las personas. Incluso conocerme un poco más en la relación con esas personas.
En esta oportunidad pretendo hacer un relato de mi viaje, de mis aprendizajes y provechar para hacer algunos merecidos reconocimientos y agradecimientos. Vera usted amable lector, tengo un par de adorables hijos a los que siempre pretendo enseñar sobre las experiencias de la vida, pero pocas veces me di la oportunidad de aprender de mis propias lecciones y sacar su mayor provecho. En esta oportunidad creo que sí lo he aprendido muy bien.
Como he señalado anteriormente, en este viaje fui a una ciudad fronteriza del norte de México, en la que el clima es particularmente severo, el terreno agreste y su comida variada sorprendente, aunque menos que su gente. Esa gente que, a pesar de las inclemencias del clima y los avatares de una ciudad con clima extremo, todos los días sale con el mejor de los ánimos a trabajar, incluso los estudiantes que hacen largas caminatas con temperaturas congelantes que pondrían en coma a cualquier “patasalada”.
Sin duda aprendí de mi trabajo, de mis amables y profesionales compañeras, Yolanda Contreras y Olivia Garibay, así como de los amables académicos de la Institución que visité. Sin embargo, se dio una especie de magia al tener la oportunidad de conocer más de cerca a una persona singular, un hombre como sacado de película, un humilde trabajador con más cualidades que las que he visto en muchos otros personajes letrados y de reconocido prestigio en el mundo académico.
Este hombre se llama Jesús Martínez, con él pude compartir y escuchar algunas historias de vida muy interesantes que más adelante trataré de describir, por ahora les puedo decir que la actitud afable, optimista y su sonrisa, cautivan a propios y extraños. Nos narraba cómo aprendió de su padre a manejar desde los 16 años, y entre otras cosas –yo deduzco- le aprendió esa calidad y calidez humana que mucha gente del norte posee.
Una narrativa para mí profunda, aunque quizá para él no tanto fue la siguiente:
Decía que recordaba con afecto que cuando era niño siempre su padre llegaba a la casa con sandias, carne, granos o diversos alimentos u objetos producto de la generosidad de las personas que se subían al transporte de su padre. Pero ¿por qué le regalaban esas cosas al padre de mi amigo? Pues resulta que este personaje ilustre cargaba su trasporte lleno, y más de la mitad no podían pagar el pasaje, ante lo cual amablemente les decía que igual subieran y no les cobraba. Esta historia me conmovió e hizo imaginar dichas escenas, tanto la del padre que trabajaba gustoso y afable, como la cara de mi amigo y sus hermanos con el asombro de las caras infantiles y la espera por ver con qué llegaría el padre a la casa y ver qué traería entre sus manos.
Para mí dejó una huella muy honda respecto cómo pocas veces pensamos en simplemente ser generosos, cómo nos cuesta trabajo dar sin pensar en una remuneración por el simple hecho de dar. Difícilmente pensamos que nuestras acciones alguien más las verá y las recompensará, o simplemente las reconocerá tarde o temprano, y en ese hecho en sí va nuestra satisfacción de vida.
Al escuchar con esa nostalgia del hijo que ya ha perdido físicamente a su padre, no pude menos que pensar que mis hijos algún día me recuerden igual o al menos algo cercano.
El ver a Jesús Martínez narrar sus historias y la satisfacción que le da hacer su trabajo, hacerlo con el profesionalismo debido, incluso más allá de su deber, me dejó varias lecciones de vida para no olvidar, mismas que trataré de describir.
La primera, dar y hacer con generosidad y satisfacción, no esperar algo a cambio, la vida proveerá y dará un lugar y algo para cada quien, tus acciones determinan tu calidad y calidez de vida. Disfruta tu trabajo, aunque éste presente retos, si lo piensas, hay personas que tienen un trabajo más complicado y aun así son agradecidas por tenerlo. No hay cosa más valiosa que una amistad sincera, pero hay que trabajarla cotidianamente. En esta época en la que la sensibilidad está a flor de piel, y en otras fechas, aunque no sean obligatorias, sorprende a la gente, hazla sentir bien, verás que siempre es satisfactorio igual para el que da.
Finalmente, puedo decirles que es un placer conocer México y a los mexicanos, que los buenos son más y que los retos los podremos sortear. La valía está en las actitudes, en las acciones positivas que podamos hacer por los otros. Y a mi amigo Jesús Martínez, gracias por compartir cosas importantes de su vida y darme -sin pretenderlo- uno que otro ejemplo para ser mejor y disfrutar de mejor manera la vida. Bendiciones para él y su familia.