Mercado de suelo
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
Las ciudades reúnen a miles de personas en un espacio específico, habilitando a la tierra como suelo urbanizado y operando bajo reglas que no siguen los postulados de la economía de mercado aplicable a otras mercancías, dado que la oferta y la demanda no es competitiva o racional, e intervienen agentes o dinámicas que la enturbian como la especulación, la escasez y la localización.
Una particularidad del suelo urbano es que no es producido ni reproducible, por lo que la demanda impone sus condiciones; además, el precio se determina por las dinámicas de relación tejidas en su entorno y no tanto por el volumen intercambiado, donde fuertes capitales especulan para futuras intervenciones, alterando su comportamiento por el exceso de capital, bajas tasas de interés o demanda inmobiliaria.
Marx formuló la Teoría General de la Renta de la Tierra para interpretar la existencia social de la propiedad, distinguiendo a los dueños como una clase dentro de la sociedad capitalista. Ello entraña una paradoja, ya que la tierra no es producto del trabajo social, pero se revaloriza como resultado de la renta que es acumulada por quien detenta la producción bajo la modalidad de propiedad privada.
Otro elemento que influye en el mecanismo de precios del suelo es la distinción entre valor de “uso” y de “cambio”. El mismo Marx apuntaba que el valor de uso radica en su utilidad y adquiere vitalidad cuando las condiciones de uso son intercambiables. En contraparte, el valor de cambio reside en el proceso social de aplicar trabajo socialmente necesario a objetos de la naturaleza para producir objetos aptos para el consumo humano. Esta consideración ofrece una explicación sobre la naturaleza social y geográfica del suelo donde las personas compiten con los demás en vez de cooperar entre ellas.
En nuestro país, el artículo 27 de la Constitución consignó el carácter social de la propiedad del suelo urbano, reservando a la Nación su determinación y facilitando la tenencia privada que en todo momento estará sujeta al interés colectivo. Pero en la práctica vemos que el espíritu de los Constituyentes de 1917 ha quedado relegado en un segundo plano para consolidar una mentalidad para lucrar extensivamente con este componente.
Basta echar una mirada en Puerto Vallarta para comprobar que el mercado de suelo es controlado por pocas, pero poderosas manos que se acostumbraron a extraer la renta de los bienes comunes para su beneficio propio. Y para ello, contaron con la complicidad de los agentes gubernamentales en turno.
A nadie debe sorprender que cada día sea más caro comprar o rentar una propiedad en las zonas con buenas condiciones de habitabilidad en nuestra geografía. O que el sueldo no alcance para morar en la proximidad laboral y haya que desplazarse cada día más lejos.
Es imperioso regular el mercado de suelo en esta región, pero se requiere del concurso de mentes y corazones que devuelvan el sentido comunitario de la tierra, privilegiando lo colectivo en vez de lo individual como lo hemos vivido en los últimos años.