“Me enamoré de Puerto Vallarta desde que llegué”: Lupita Sánchez de Covarrubias
Primera parte.
Miguel Ángel Ocaña Reyes
A lo largo de cien años de existencia de Puerto Vallarta como municipio, hay personas que son ejemplo de calidad humana y bonhomía, cuyo espíritu altruista ha quedado de manifiesto son sus acciones, por lo cual son personajes fundamentales en la historia de este municipio.
Es el caso de la señora Lupita Sánchez Salazar de Covarrubias, quien a lo largo de 68 años, ha dejado su huella indeleble en acciones a favor de Puerto Vallarta y sus ciudadanos, su labor altruista es va desde la fundación de Becas Vallarta, hasta la creación del Asilo San Juan Diego, entre muchas otras iniciativas, ha sido una mujer luchadora, con visión y fuerza, quien desde su llegada a esta región, se enamoró de la tierra donde encontró el amor de su vida, Salvador Covarrubias, con quien formó una de las familias con más arraigo.
En entrevista, habla sobre su llegada a este destino y sus primeras experiencias como vallartense.
¿Qué la motivó a venir a Puerto Vallarta?
Nosotros teníamos familia aquí, el fundador de Puerto Vallarta fue mi bisabuelo, y aunque ya no vivía él, todavía vivía su familia, todos los primos hermanos de mi papá, mi papá es nieto directo de Guadalupe Sánchez, mi abuelo era don Onofre Sánchez, hijo de Don Guadalupe Sánchez, entonces aquí quedó mucha familia, primos hermanos de mi papá, siempre tuvimos contacto con los Gómez, que eran primos hermanos aunque no tuvieran el mismo apellido, pero eran hijos de un hermano de mi abuelo Onofre, y siempre tuvimos contacto con los tíos, aunque nosotros vivíamos en Colima, y hubo un día en que mi tío Héctor Gómez fue a México y visitó a mi tío.
Nos fuimos de Colima desde 1941 cuando el temblor fue tan fuerte que nos dejó sin casa, mi tío vivía en México, era hermano de mi papá, entonces nos fuimos para a vivir al Distrito Federal, mi mamá era viuda, nosotras chiquillas, fuimos siete mujeres, sólo éramos 3 sin casarnos, una de 16, yo de 10 y una de 6, allá hice mi secundaria, y mi carrera de comercio, de contador privado de aquellos entonces, cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo fue vivir ese momento histórico?
Yo estaba muy joven, debí tener diez años cuando recién llegamos, y la ciudad de México era el centro realmente, me impresionaban mucho los apagones, había una sirena en toda la ciudad, que no era tan grande entonces, que anunciaba cuando debíamos apagar todas las luces de la casa, y nos quedábamos a oscuras, era impresionante oír el ulular de la sirenas que andaban por la ciudad, era nada más un simulacro por supuesto, porque temíamos de un ataque porque ya se había ido el primer escuadrón de aviación, y había que estar preparados de alguna manera, como ahora cuando estamos preparados contra un tsunami aunque no llegue. Era impresionante.
Entonces la ciudad de México era muy chiquita, nada más había dos empresas de teléfonos, la mexicana y la Ericsson y no teníamos tanta tecnología, no había televisión, la radio solamente, oía las radionovelas porque no había televisión, y el cine que era una de las atracciones, además era tan seguro México entonces, que nosotros íbamos a la escuela solas, aunque nos quedaba como a diez cuadras, nosotros vivíamos en la colonia 20 de Noviembre, a un costado de lo que hoy es el Archivo General de la Nación, antes llamado Lecumberri y la escuela se llamaba Estado de Michoacán.
¿Qué pasa cuando termina su carrera?
Termino mi carrera y entonces fue uno de mis tíos y preguntó: “¿por qué no van a Vallarta?, Ve a Vallarta para que veas a la familia”, porque mi tío nunca había vuelto a Vallarta, él duró treinta y tantos años como perdido, desde que se fue de niño en la Revolución, y se desligó totalmente de la familia y no supieron nunca más de él, pero de mi papá sí, por eso teníamos contacto con mis tíos en Vallarta pero de él no…Entonces nos vinimos a Vallarta en diciembre del 1948, aquí pasamos año nuevo del 49.
¿Qué impresión le causó el Puerto Vallarta de 1949?
Un paraíso, yo me enamoré de Puerto Vallarta desde que llegué, y decía: “Ay Dios Mío, si yo me casara, quisiera vivir todo el resto de mi vida aquí”, sin conocer a mi esposo.
¿Cómo fue el viaje?
Por tren de México a Guadalajara, y después en avión de Mexicana de Aviación que llegaba tres veces por semana, pero era un avión de carga con asientos a lo largo, porque llevaban también mercancía, puercos y cosas que viajaban, porque aunque había barco, era más larga la travesía, todos los asientos eran en línea, como los de los soldados, entonces llegué a Vallarta y me enamoré, a los cinco días de estar aquí conocí a mi esposo, yo había ido al baile invitada por una de las amiguitas que nos presentaron aquí, porque yo no tenía amistades. Me casé con él, el 1 de agosto de 1949,
¿Cómo se conocieron?
Nosotros venimos después de la fiesta de Navidad el 26 de diciembre de 1948, y a los cuatro días fue el año nuevo, al otro día él sí supo de mí, una tía mía le dijo: “Aquí está una sobrina”, y llegó a la casa de mis tíos donde yo estaba hospedada para decirles, “Ya vine de Guadalajara para seguir inyectando a la familia”, porque él inyectaba, era ayudante del doctor Guillén y del doctor Sahagún, y como él tenía fama de bañar a las turistas que llegaban en ese entonces, porque sabía nadar muy bien y era muy conquistador, nos conocimos en la casa de mis tíos, y ahí nació un romance muy hermoso, porque a los tres días que nos conocimos, él me preguntó si quería casarme con él, yo tenía novio en México, le dije que no podía ser su novia porque yo tenía novio allá, y el matrimonio es una cosa muy seria y apenas teníamos 3 días de conocernos, “¿¡qué te pasa!?” le dije, y me respondió, “entonces déjame hacerte la lucha porque me gustaste mucho”… hubo una química muy grande, porque también a mi me gustó mucho, pero dije, “me voy a dar a desear”, como decía mi mamá, “date a deseo y olerás a poleo” (sonríe divertida), y de ahí nació el romance.
Nos fuimos a México, yo tenía que trabajar, y nada más había venido una semana en las vacaciones el fin de año, pero ya se me había quedado la espinita; todavía no había llegado a México y yo ya tenía un mensaje de él, de ahí fueron cartas todos los días, me llegaban dos cartas cada vez, porque aquí nada más había correo lunes, miércoles y viernes, pero él escribía el lunes y el martes, y ponía la carta para que me llegara el miércoles, el viernes y sábado y domingo y todos los días me escribía.
¿Todavía guarda esas cartas?
Sí, por supuesto, son mi tesoro… siete meses después nos casamos, fue un romance por pura carta. Nos volvimos a ver en Semana Santa, porque ya a mi familia le habíamos dicho que Puerto Vallarta estaba muy bonito, mi tío también les dijo váyanse en Semana Santa, mi hermana estaba casada, mi cuñado se alborotó, dijo, “vamos” y nos venimos otra vez, y con la intención de mi mamá de conocer a Salvador, especialmente, mis hermanas también, porque ya sabían que teníamos un romance nada más por carta, entonces él me dijo, “voy a aprovechar de una vez para pedirte”, yo ya había terminado con el otro novio, y estaba decidida a casarme porque me conquistó, realmente me di cuenta que uno puede estar enamorado de alguien, yo tenía 6 años de novia con mi ex novio, muy buen muchacho, desde estudiante, lo quería muy bien mi familia, un noviazgo bonito, pero se da uno cuenta a veces que no es el verdadero, cuando uno conoce a una persona que te atrae y que te llega tan así, cambia todo, y te preguntas ¿qué pasa?, realmente es el amor con quien quiero vivir toda la vida.
¿Tenía buena fama Salvador?
Buena fama de buen hijo, honesto, amistoso, trabajador, toda la gente lo quería, joven, enamorado como los jóvenes son, sin problemas.
¿Cómo fueron los primeros meses de su matrimonio?
De paraíso, de maravilla…
En una ocasión usted escribió un comentario sobre la pintura “Las lavanderas” de Daniel Lechón porque se sintió identificada, ¿por qué fue?
Sí, esa pintura me encanta, porque me recuerda a mí misma. En primer lugar yo nunca tuve hermanos, en mi juventud yo no vi hombre en mi casa, ni siquiera se usaban los pantalones para las mujeres, y cuando llegué aquí era un lugar precioso, muy chiquito, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin agua corriente, había unas llaves que habían hecho con mangueras y esas cosas para las casas, pero a la hora en que se descomponía el motor que subía el agua a los tinacos, pues ya no había agua en las casas, entonces teníamos que ir a bañarnos y a lavar al río, yo nunca en mi vida ni había lavado ni bañado en el río, así es que ni modo, ya teníamos ropa y había que lavar, al mismo tiempo sentía emoción, me decía “yo puedo”, estaba uno joven, era emocionante el cambio de vida, y nos fuimos al río, pero había que poner lavadero, dónde sentarme, porque yo no sabía ni cómo hacerlo, ya mi esposo me acomodó una piedra para lavar, y otra para sentarme, me senté con las piernas adentro del río, y a lavar, y para no estarme levantando cada rato porque ni podía porque eran muchas piedras, mi esposo tendía la ropa en las piedras porque no había tendedero. Me sentí reflejada en esas lavanderas, porque así era, se llenaba el río Cuale de lavanderas, de personas que vivíamos aquí.