Manteles largos
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
En esta semana se conmemoró el 105 aniversario de la declaratoria como municipio y el cambio de nombre de nuestra ciudad, Puerto Vallarta. Como en toda celebración, nos unimos al regocijo y damos paso a la reflexión sobre el derrotero que ha tomado el desarrollo de esta generosa y afortunada comunidad.
La historia oficial señala que la fundación del territorio que hoy ocupamos ocurrió gracias al asentamiento de don Guadalupe Sánchez Torres y su familia a partir del 12 de diciembre de 1851. Al sitio lo llamaron Las Peñas de Santa María de Guadalupe, apelativo con el que sería reconocido hasta el 31 de mayo de 1918.
En este marco temporal, muchas cosas han acontecido; las primeras actividades económicas estuvieron asociadas al sector primario, particularmente la agricultura gracias a las bondades climáticas y de suelo en el Valle de Banderas. Una muestra de esta bonanza lo representó la compañía Montgomery instalada en Ixtapa en la década de 1920. Con ello, grupos de población fueron ocupando esta porción, muchos de ellos venidos de la Sierra Occidental de Jalisco quienes trasladaron su patrimonio cultural y costumbres que se volvieron propias.
Sería hasta la segunda mitad del siglo XX cuando comenzara la transición hacia el turismo, gracias a las potencialidades naturales en la región. Si bien el rodaje de “La noche de la Iguana” fue importante, la vocación recreativa local ya había sido puesta en circulación por lo menos una década antes, gracias a los esfuerzos de promoción de aerolíneas como Mexicana de Aviación u hoteleras como el Posada Vallarta.
La masividad turística tomaría forma a partir de 1970 arribando variados contingentes de población y ocurriendo una expansión urbana sin precedentes, alcanzando a salpicar en esta dinámica al municipio de Bahía de Banderas.
Durante este periodo, la comunidad vallartense logró articular un sentido de pertenencia y orgullo, facilitando creaciones excepcionales como el Templo de la Virgen de Guadalupe que, a pesar de tener un diseño pueblerino, posee altos niveles de belleza. También se conformaron buenas condiciones de vida gracias a la relación empática entre naturaleza, sociedad y economía.
Las bondades territoriales atraen a variados segmentos de población y por ello, Puerto Vallarta se ha mantenido creciendo a tasas superiores a la media nacional. Esto es una gran oportunidad, pero a la vez un desafío, y la única manera de balancear el crecimiento armónico es creando las condiciones de equidad, respeto y justicia para que la vida social fluya con eficacia. Tristemente, esto parece estarse diluyendo en los últimos años debido a la imposición de una mentalidad extractiva en todos los sectores, buscando el beneficio personal o de grupo, antes que el colectivo.
De mantener esta tendencia, no habría de sorprendernos que la calidad de vida que hemos logrado alcanzar tuviera otras trayectorias. Por ello, es muy conveniente unir esfuerzos, promover el diálogo, atender los problemas y tomar las acciones que sean necesarias para arribar a una prosperidad de largo aliento y conseguir que Puerto Vallarta siga de manteles largos por mucho tiempo más.