Las Despedidas

Aventuras de un Pintor

Cada adiós puede resultar el último, y mientras que las despedidas deben ser alegres y optimistas, es muy recomendable hacerlas afectuosas, que no se quede ninguna muestra de amor sin manifestar, ningún perdón sin ofrecerse, ningún agradecimiento sin expresarse, ninguna carta de amor sin ser escrita

Federico León de la Vega

Las hay tristes, largas, apresuradas, alegres y de todo tipo. Vivir en Puerto Vallarta, siendo el lugar turístico que es, trae arribos y despedidas constantes.

Las estaciones aquí se distinguen por la llegada y la salida de la temporada de más visitantes. En invierno llegan los turistas de lugares más lejanos, muchos de ellos pasan aquí todo el invierno. Después del caluroso verano, con su soledad y quietud reparadora, de pronto comienzan a aparecer caras familiares que habíamos dejado de ver por casi un año. Siguen los abrazos gustosos, las preguntas sobre las novedades que acaecieron en las vidas de cada cual durante las ausencias…el “catching up” como dirían algunos. Sucede entonces que algunos viejos amigos ya no aparecen.

Buscamos sus rostros entre nuestros clientes, pero no están. A veces optan por pasar el invierno en otro destino, pero en otras su ausencia será permanente. La muerte frecuenta a los retirados, pues son ellos los que promedian mayor edad. Entonces, al darnos cuenta de que el adiós de la temporada pasada fue de verdad el último, los recordamos con afecto y hacemos memoria de los mejores momentos compartidos. Vallarta es conocido por el afecto que su población permanente, que es en verdad poca, derrama sobre todos sus visitantes, especialmente los retirados. Estamos pues, acostumbrados a las despedidas.

El que las despedidas nos sean tan habituales en este puerto quizá nos las haga  costumbre, y por ende, tengamos poca consciencia de lo que implica un adiós; especialmente entre los seres queridos, los familiares, los amigos, aquellos que más amamos, aquellos que nos hemos acostumbrado a encontrar rutinariamente.

Sería bueno mantener presente siempre, que el adiós casual, el que damos cada mañana antes de salir de casa o al colgar el teléfono, después de una de tantas charlas o chateos, bien pueda resultar ser el último. Nunca lo sabemos: un instante estamos y el siguiente ya no. Es muy frágil nuestra existencia. A la noticia fatal de un deceso súbito sigue la incredulidad y el repaso del último encuentro, y en muchos casos la reflexión lamentando no haber hecho más cosas juntos, no habernos podido despedir bien.

Cuando la muerte es anticipada todo es más sencillo. Podemos preparar la despedida, acomodar nuestros sentimientos, en lo posible hacernos a la idea de la ausencia y planear nuestros adioses. Para la muerte de mi padre tuve la oportunidad de convivir intensamente con él, pues sabía que el fin no podía estar lejos. Lo visité mucho, le leí sus revistas favoritas, le manifesté mi respeto y agradecimiento, le agradecí el amor que siempre me tuvo. Pero las despedidas no siempre son así. Esto lo debemos tener en mente.

Cada adiós puede resultar el último, y mientras que las despedidas deben ser alegres y optimistas, es muy recomendable hacerlas afectuosas, que no se quede ninguna muestra de amor sin manifestar, ningún perdón sin ofrecerse, ningún agradecimiento sin expresarse, ninguna carta de amor sin ser escrita. Así sentiremos esa libertad que viene de soltar toda carga indeseable y en cambio multiplicar el amor que compartimos.

Hagamos pues de cada despedida un acto consciente, recordando que “Más vale ser reprendido con franqueza que ser amado en secreto” (Proverbios 27:5).