La puesta de agosto 13. II parte

Medicina Familiar

Dr. Marco Antonio Inda Caro

Médico de Familia

marco.inda_@hotmail.com

¿Por qué llorar cuando algo no vale la pena?, el llanto y la risa son antónimos en nuestro estado de ánimo, ¿por qué no vivir y dejar los lamentos?, un recordatorio de lo que somos en una agonía al borde de la muerte cuando encaramos a la vida por una mala decisión nos lleva al límite de esta, el poder magnifico e inolvidable de vitalidad que nos enseña poco a poco a descifrar la longevidad no es un don, sino un desafío cuando nos lo proponemos al tomar las providencias correctas.

Para el día 7 estaban los familiares de RH discutiendo un tema muy delicado, “el intubar”, el mito social dice una vez que te intuban ya no regresas, vuelves hecho polvo, era una discusión cerrada porque no aceptaban que fuera intubado, al ingresar RH al hospital tuvo un documento en manos, la llamada carta de consentimiento informado para intubar, es un permiso para ser intubado en caso de necesidad, esa decisión la dejó en manos de sus familiares, quienes velarían por él ante cualquier situación.

Cuando nuestro oxigeno disminuye, se agregan síntomas como dolor de cabeza, intranquilidad, mareos, respiración acelerada, dolor de pecho, confusión, aumento de la presión arterial, falta de coordinación, trastornos visuales, ritmo cardiaco elevado, etcetera.

TS: Buen día, sé que te cuesta mucho trabajo hablar, pero puedes mover tus pies para responder.

Él respondía moviendo un pie.

TS: ¿Qué te han dicho los doctores?, ¿ya hablaron contigo? Vuelve a mover un pie para afirmar.

Mientras, sus familiares agotaban todos los recursos para esperar un poco más la intubación en un clima frenético de discusión en el que no escuchaban a la esposa-

CG- ¡Me dijo él que los doctores le habían dicho que lo tenían que intubar! Ya no puede ni hablar, me dice TS que se comunica con él moviendo su pie (con lágrimas en sus ojos) lo tienen que hacer.

Mientras ellos discutían, él ya no estaba en el mismo sitio, ya lo habían intubado, él mismo firmo su hoja de consentimiento informado, se le había prometido otra videollamada más con el fin de que su familia lo viera y darle ánimo de seguir adelante, todo quedo en una promesa, ya no soportó más la falta de aire, era sofocante, era como estar zambutido dentro del agua sin poder respirar.

No sabían sus familiares que él había aceptado, cuando se enteraron, parecía que su esposa había descansado de saber que ya le estaban ayudando, aunque el pensamiento de sus padres y hermanos era diferente, pues querían que aguantara un poco más con el fin de que su cuerpo respondería por lo sano y fuerte de su aspecto físico.

Eso no llegó, aparecía la imagen de un cuerpo desprovisto de movimientos, atónito, perplejo, sin defensa alguna, con la cuenca de los ojos hundidos y movimientos oculares evidentes como si algo estuviera soñando, un color pálido y resequedad de su boca con laceración franca por el tubo al hacer presión sobre su comisura labial, el sube y baja de sus movimientos del tórax al vaivén del sonido que emite el respirador mecánico era como un tic- toc de un gran reloj que parecía estar al pendiente de las líneas de un monitor, el encargado de avisar sobre cualquier eventualidad.

Justo cuando el sol toca el mar se va desvaneciendo la luz del día, queda a lo lejos del horizonte, solo el recuerdo de lo que fue, apareciendo un pequeño manto de oscuridad, los espectadores se van retirando, guardando sus cámaras.

Finalmente falleció un viernes 13, invadido de tubos y catéteres en un intento fallido que se pudo haber evitado.