La Fiesta con Aura Azul

Ilustración de Sio laura.tcm@hotmail.com

Por: Cristina Gutiérrez Mar                                                         

cucus.cgm@gmail.com

El domingo a las cinco de la mañana se terminó la fiesta. Matilde observó por la ventana al último invitado alejarse en la ligera niebla y, dando media vuelta, se acostó en el sillón mientras bebía el último trago de vino.  Miró las copas vacías impregnadas de labial rojo y algunos platos con migajas de pastel sobre la mesa.  Su departamento estilo ecléctico aún vibraba con el eco de la música del Dj y, en el gran ventanal de la sala, la luna seguía despierta y coqueta.

Un ruido proveniente de la cocina la asustó. Temerosa y ausente de gritos, serpenteó hacia la puerta de la cocina con una botella vacía en la mano derecha y en posición de ataque.

-¿Quién está ahí? –preguntó con voz temblorosa.

-Disculpa Matilde, no quise asustarte –dijo una voz ronca.

-¿Polo? –contestó Matilde colocando la botella en la mesita.

-Sí Matilde, soy yo.

Matilde lo observó con cierta desconfianza y una ola de misterio flotó en la atmósfera. A Matilde le pareció que Polo planeaba algo siniestro, o por lo menos sus ojos hundidos reflejaban acertijos.

Polo se acercó a Matilde sin apartar la vista de ella. Matilde sintió cómo Polo colocaba de manera delicada su cabello alborotado hacía atrás, reconociendo ella un leve cosquilleo extraño. Polo la tomó en sus brazos apretándola muy fuerte contra su pecho y, Matilde, sintió el corazón de Polo que latía rápidamente. El olor combinado de su sudor con el vino, le rebotó a Matilde en su pequeña nariz.

Sus brazos eran velludos y abarcaban toda la espalda de Matilde. Polo empezó a apretarla aún más hacia él y, Matilde inmóvil, pensó que dicha conducta era realmente extraña. De repente Polo reventó una carcajada sin sentido. Matilde lo personalizó como si se tratará de un muñeco espeluznante gigante y lleno de vellos. Realmente Matilde no entendía aquella escena donde su compañero de clase no la soltaba. El miedo se apoderó de Matilde  y, con un gran esfuerzo, empujó a Polo hacia el refrigerador.

Matilde no pudo en ese momento descifrar las verdaderas intenciones de Polo. El cuerpo le dolía del fuerte apretón y sus labios no lograban conjugar ningún verbo. Matilde levantó la cara y, más tranquila, observó a Polo recargado en el refrigerador metálico, lo notaba confundido y cansado. Percibió que sus ojos hundidos ya no reflejaban maldad, sino ternura. Matilde notó la camisa a cuadros de color rojo que la invitaban de nuevo a sus brazos y, pudo constatar que esos jeans oscuros estaban a la medida de sus sueños.

Matilde sintió que el cuerpo de su compañero de clase con risa maquiavélica, personalidad bipolar y sediento de su espalda lunada, era el tipo de hombre que embonaba perfecto a su cuerpo.

Matilde estudió a Polo durante once segundos: sus cabellos rizados abarcaban gran parte de su cabeza, su aura azulada de distintos matices reflejaban la energía indefensa de un hombre tímido bajo la influencia del alcohol; inseguro y confuso por no saber cómo actuar. Leyó en su mirada a un compañero de clase enamorado, sus cachetes se habían pintado colorados y lo percibió ausente de pensamientos; melancólico y lleno de sensualidad atrapada en su interior.

Sin más preámbulo, Matilde soltó una carcajada pícara; se colgó del cuerpo de Polo y, le plantó tremendo beso en la boca.

Matilde distinguió los brazos de Polo que abarcaron su espalda lunada y tembló al rozarle la piel con su aura azul. Se emborracharon juntos de sensualidad y, Matilde sintió ese abrazo deliciosamente lleno de confusión, cargado de locura, besos y un poco de obsesión.