El extinto placer de viajar en avión
De Fogones y Marmitas
Viajar en avión no ha dejado de ser un anhelo para grandes segmentos de la población del mundo, y por ende de México, mis recuerdos me llevan a los años de mi niñez después de la II Guerra Mundial, y al vuelo matutino y cotidiano de La Paloma (como lo bautizamos los chicos del barrio) un DC3 de Mexicana de Aviación que despegaba del aeródromo que se ubicaba en las postrimerías de Tlaquepaque, y volaba por encima de la ciudad de Guadalajara en su ruta a la ciudad de México para aterrizar en los campos de la Ex Hacienda de Balbuena. Era el único vuelo que salía por la mañana y regresaba por la tarde desde un pequeño aeropuerto llamado Campo de Aviación.
Jamás imaginé en aquellos años que con el tiempo mi oficio de hotelero trashumante me obligaría a volar por medio mundo siendo testigo del avance en la aviación comercial, donde desde el principio se privilegiaba la calidad en el servicio. Cómo no recordar la elegante tripulación a bordo, y las exquisitas viandas y bebidas que ofrecían a los afortunados viajeros.
La época de las grandes aerolíneas
Marcó huella en la historia de la aviación comercial, la primera ruta transatlántica de un avión con bandera mexicana: Aerovías Guest. Su servicio a bordo fue proverbial. Años después de que la aerolínea dejara de volar contratamos a un sobrecargo como maître de uno de nuestros restaurantes.
Para los viajeros del último tercio del siglo XX en México, cuando las grandes aerolíneas se habían consolidado; una, Aeroméxico de carácter oficial, y la otra, Mexicana de Aviación de propiedad privada, competían por el mercado. Aeroméxico tenía sus rutas bien definidas al igual que Mexicana, y si la primera era la línea de Acapulco, la segunda lo era de Puerto Vallarta y Los Ángeles. Si Aeroméxico volaba a Monterrey, Mexicana lo hacía a Guadalajara.
Comer bien en el avión
Pero lo más importante de todo esto es que en todos los vuelos se comía, y en algunos se comía bien. Baste decir que La Copa de Leche, el restaurante emblemático de Guadalajara, fue el proveedor de Mexicana por muchos años, y que Aeroméxico contrataba cocineros de renombre para diseñar sus menús a bordo. La comida; la buena comida influía mucho en la decisión de qué línea volar, ya que quien es gastrónomo en tierra lo es también en el aire. Un desayuno típico en el vuelo Ciudad de México-Monterrey incluía; jugo de frutas, huevos con carne seca y café.
Nuestro primer vuelo a Europa lo hicimos en Iberia, la línea aérea nacional de España. El vulgo le llamaba “alpargata flight”, tal vez por su falta de refinamiento en sus servicios, tanto en tierra como a bordo. Sin embargo, su comida siempre fue superior a las de otras líneas, mexicanas, europeas o norteamericanas. Un tentempié ligero consistía en tortilla española, quesos manchego o cabrales, jamón serrano y vino tinto de La Rioja.
Las aerolíneas gringas ofrecían mucho de comer, pero de poco gusto y menos sustancia. Una vez hice un viaje de costa a costa saliendo de Miami rumbo a Seattle, en el estado de Washington. Por el huso horario y las escalas, me sirvieron tres veces el “luncheon” consistente en ensalada, pollo en su jugo y postre industrial. No quedaba más remedio que refugiarse en los productos del bar, las papas fritas y los cacahuates.
Es normal y lógico, y siempre ha sido así, que las líneas aéreas nacionales ofrezcan especialidades de sus países en vuelo de largo alcance, y al menos para los gastrónomos de tierra firme que saben adivinar la comida a bordo antes de volar, piensan en lo que se les servirá durante el vuelo. Volar en Air Etíope, Air India o China Airlines no ofrece grandes expectativas al viajero maduro, al menos que desee recibir una buena dosis de cultura gastronómica exótica.
Involución
Qué diferencia con la impersonal atención que se recibe en estos días en todas las líneas aéreas por igual: unas por grandes y otras por pequeñas. Con frecuencia el pasajero se siente abusado por cobros insospechados. Ya no acude el viajero a las oficinas de la aerolínea para reservar su viaje, ahora lo hace mediante una maquina parlante fría y precisa. De hecho, uno acude a recibir instrucciones de un robot, y de comida, ni hablar. En algunas aerolíneas si el pasajero desea una bebida del bar, tiene que pagarla, lo cual es inaudito para los viajeros de viejo cuño.
Pocas personas que conozco habrán viajado por avión tanto como yo lo hice durante más de dos décadas en la segunda mitad del siglo pasado. Mi oficio de hotelero corporativo así me lo exigía. Era la época en que volar se consideraba un lujo personal o una necesidad para las empresas, y las líneas aéreas cumplían con las expectativas del viajero. No era todavía un medio de transporte masivo. Para ello existían las líneas “charteras” que transportaban turistas tal como lo hacen en estos tiempos las aerolíneas de itinerario: de forma masiva.
Placer o tortura
Si bien los aviones han avanzado mucho tecnológicamente, y su uso se ha democratizado, ni el confort del vuelo ni los colaterales han mejorado de la misma manera. Se podría decir que, al contrario: si hace algunas décadas viajar en avión era un verdadero placer, en estos tiempos uno debe preguntarse si aún lo es.
Viajar en avión, o en general en cualquier otro medio masivo de transporte ya no es un lujo: en todo caso una opción o una necesidad. Las muchedumbres son la contrapartida del espacio. Las masas lo invaden todo y las colas se multiplican con cualquier pretexto. Y si el antiguo concepto de lujo, que podía significar espacio, éste ha desaparecido de las terminales aéreas, de las estaciones de autobuses, arrendadoras de automóviles, cruceros marítimos y vaya usted a saber.
En los últimos meses hemos volado al extranjero y a la ciudad de México, y nuestra experiencia ha sido desastrosa: colas para todo, identificaciones, prisas, angustias para auto registrarse en máquinas, límites de peso en el equipaje, inspectores de migración que hacen sentir no ser bienvenidos, aduaneros que miran sospechosos, confusión, largas caminatas en aeropuertos enormes y desangelados, eso sí, llenos de gente mal vestida, fachosa, poco amistosa.
Cuando volar era un lujo
Varias veces volamos a otros continentes en primera clase en líneas aéreas extranjeras y nacionales, y alguna vez en el Concord francés, el avión supersónico que nos trajo de París partiendo del aeropuerto Charles de Gaulle a la ciudad de México en unas horas, aun haciendo escala en la ciudad de Washington. La atención, el servicio, la cortesía, el confort nos hacía sentir importantes. ¿No es eso parte del placer de viajar? Viajábamos sin multitudes.
Rememorando los viajes de antaño se añoran las azafatas vestidas a la moda de diseñadores; a los pasajeros vistiendo con propiedad y los alimentos que servían en vuelos de más de una hora: un desayuno suculento por la mañana y comida caliente el resto del día. Había bebidas refrescantes y alcohólicas y todo estaba incluido en el precio del boleto.
En estos tiempos, para viajes cortos preferimos el autobús. Normalmente salen y llegan a tiempo, se viaja sin prisas y se llega al destino seguro y descansado. Viajar en autobús hace realidad el concepto de que lo bello del viaje es el trayecto y no necesariamente el destino.
Hace poco leí una nota sobre el tema y me permito reproducirla sin autorización del autor o autora por desconocerlo. Esto con el noble fin de difundir la realidad de viajar en estos tiempos.
Volar el peor enemigo de viajar
“Una pena que la expresión: “viajar es un placer” tenga que estar siendo permanentemente revisada en función del medio de transporte que nos traslade hasta nuestro destino elegido. Hoy en día es posible utilizar y combinar multitud de transportes de todo tipo para alcanzar la meta de nuestro merecido descanso. También es cierto que los tiempos han cambiado y cuando en el pasado era todo un lujo desplazarse, sólo al alcance de unos pocos, hoy en día es un verdadero suplicio al alcance de cualquiera recorrer largas distancias. Es cierto también que muchos medios han mejorado sustancialmente como son los autobuses o trenes, pero sin duda hay un medio que ha retrocedido mucho como es la experiencia de viajar en avión.
¿Dónde quedaron aquellos viajes en los que para viajar en avión los pasajeros se arreglaban y lucían un aspecto aseado? Hoy en día, lamentablemente, estamos en muchas ocasiones a kilómetros de distancia y pies de altura de lo que el sentido común y la ética de cualquier tipo de viajero debería procesar.
El viaje en avión es un engorro desde el mismo momento que entras en internet y comienzas a comprobar cómo el precio de un billete se infla más que un suflé en el horno a cada clic de ratón. Posteriormente, está el periplo por el parking del aeropuerto (prepárense para otro nueva ‘clavada’), una vez dentro del aeropuerto, sería más fácil leer señales de humo que el caos de señalética perfectamente diseñada para tal fin. A continuación, llega la parte erótica del viaje, y es cuando nos toca abrirnos en canal y dejar a la vista de todos, nuestras vergüenzas en favor de la seguridad… menudo camelo con la seguridad.
Ahora está usted en manos de los controladores aéreos, por un lado, y de los pilotos y personal de tierra por otro. De los primeros no voy hacer ningún comentario por si acaso se agobian y montan una huelga, pero de los segundos podríamos escribir un libro. Los pilotos son todos muy jóvenes y han cogido la manía de volar en tránsito “sin pagar” como si al resto del pasaje nos regalaran los billetes. El personal de abordo es el que más enteros ha perdido… y sin duda se han convertido en unos camareros del aire con una oferta gastronómica mediocre y en el que entre sus objetivos no se encuentra ayudar a los pasajeros sino alcanzar las ventas. Entre unos y otros nunca nadie se disculpa por un retraso, nadie ofrece una solución ingeniosa a un problema de un pasajero, y por supuesto, nadie reconocerá nunca un error propio, sino que siempre es de un tercero”.
Ahora que las expectativas en el tema de viajar en avión no son nada halagadoras. Se anuncia llegada de nuevas aeronaves con capacidad de mayor número de pasajero. Dios nos agarre confesados. Por mi parte seguiré viajando en cortito con no más de 30 pasajeros y disfrutando el lunch que preparó mi esposa.
El autor es analista turístico y gastronómico
Sibarita01@gmail.com