Encuentro con Caravaggio
Por: Federico León de la Vega
Hace unos meses realicé, por encargo, una pintura mural de un paisaje. Medía dos por tres metros y representaba un bosque tropical al que surcaba un caminito que luego llegaba a una playa. Estaba el caminito salpicado de Heliconias: de esas flores tropicales hermanas de las Aves del paraíso, con colores rojos encendidos y formas caprichosas, muy exóticas. Del bosque tropical salía hacia el mar, pasando entre algunas palmeras. Al final del caminito me pidieron mis clientes que pusiera una iglesita blanca, la cual realicé sobre unas rocas con un estilo sencillo, diría yo mediterráneo. En fin que resultó un cuadro soñador, de mucho colorido, apropiado para vestir una casa en el trópico, como la de mis clientes.
Debido al gran tamaño del cuadro me ofrecí desde luego a entregarla y colgarla personalmente. Conduje mi camioneta hasta unos lujosos condominios al norte de la bahía y con ayuda del personal de mantenimiento la trepé hasta un séptimo piso. Sobre la pared de la sala que habría de ocupar mi cuadro había una pintura, también de gran formato, aunque un poco más chica. Representaba a un joven con el torso desnudo, cubierto de la cintura abajo con una especie de túnica roja y otros ropajes blancos, todo pintado sobre un fondo oscuro, al estilo barroco renacentista. Estando este cuadro realizado con buen oficio busqué la firma: Ricardo Brown, decía.
Al descolgar este cuadro para colgar el mío, la habitación se sintió de inmediato menos solemne, más ligera y alegre, con mayor luz. Mis clientes se sintieron complacidos con el cambio, pero surgió el problema de espacio dónde guardar la obra que habíamos descolgado. La solución natural, dado que yo traía una camioneta grande, fue pedirme que guardara su cuadro por un tiempo en tanto ellos decidían qué hacer. Yo les complací de buen gusto, pues como dije, se trataba de una obra bien realizada e interesante, aunque muy diferente a lo que comúnmente buscan los interioristas en Vallarta, es decir color y frescura. Se ubicaría mejor en algún antiguo edificio de tipo europeo, tal vez en Guadalajara, en México, donde la calidez a media luz y la elegancia formal se procuran.
Batallé con la pintura que retiraron mis clientes de su casa, primero para subirla a mi vehículo y después para colgarla en una de las paredes de mi estudio. Aunque está realizada sobre tela, viene acompañada de un marco bueno pero muy pesado. Hecho de madera laqueada en negro y decorada con dos cordones labrados en forma de trenzas en oro viejo. La pared sobre la que colgué dicha pintura adquirió en seguida un carácter solemne como ya dije, elegante aunque oscuro. Me acostumbré a ella; como se acostumbra uno a todas las cosas de buen gusto. Sin embargo algo me intrigaba acerca de ella. Intenté googlear a Ricardo Brown, pero no encontré nada en internet. Mis clientes me llamaron para pedirme el favor de que le encontrara dueño, ya que ellos definitivamente no tenían espacio para conservarla. Esto me presentó la complicación de valuar una obra de cuyo autor yo no sabía nada.
Pasaron unas semanas y no todo estaba cada vez más quieto. Había en la bahía un calor agobiante, pero muy pocos clientes. Un día hube de ir a la peluquería, porque aunque sea temporada baja y del turismo se vea poco, el pelo sigue creciendo y hay gastos que no se pueden evitar. Al llegar con el peluquero lo encontré ocupado, así que me senté a esperar turno; tomado una revista cualquiera la comencé a hojear y ¡oh sorpresa! Unas cuantas páginas dentro me encontré con el mismísimo cuadro que tenía colgado en una de las paredes de mi estudio. Ahí estaba, una buena foto de la imagen de aquél muchacho joven con los ropajes antiguos, y al pie de la misma ponía el autor y el título: “San Juan Bautista” por Caravaggio, circa 1600.
Regresé a mi estudio ansioso de leer más de lo que la revista ofrecía sobre el famosísimo pintor de Roma. Me enteré entonces que pintó muchas escenas Bíblicas y varias versiones del San Juan Bautista, siendo la que yo aún tengo en réplica la más famosa. Supe también que tuvo Caravaggio una vida azarosa, comenzando muy pobre pero luego escalando a las esferas más altas, aunque no en forma definitiva, ya que el clero y la sociedad conservadora se escandalizaban porque el pintor utilizaba modelos burdos, de origen callejero y aún prostitutas, para dar forma a personajes santos; mientras tanto, los jóvenes pintores se fascinaban con la maestría de Caravaggio al grado de iniciar espontáneamente toda una escuela de “Caraviggistas”. Las expresiones sensuales enmarcadas por un tenebroso claroscuro tuvieron un impacto definitivo y trascendente hasta nuestros días, aunque de sus cuadros solo sobreviven unos 50.
Ya con mayor conocimiento y con la facilidad que da la computadora, me avoqué a ampliar la fotografía del San Juan Bautista original y pude comprobar que la copia todavía colgada en mi estudio de Nuevo Vallarta es bastante fiel al original en todos sus detalles, forma y colorido. Ahora la disfruto más.