Alla Prima
Por: Federico León de la Vega
Cuando uno pinta de primera intención, sin hacer un estudio ni un boceto previo, se dice que la pintura es “alla prima”. Sin más preparativo que la inspiración que ha llegado al corazón del artista, se instala el lienzo en blanco sobre el caballete de campo, y así sin otra cosa que la imprimatura, tal vez sólo con un poco de aceite de linaza – si es que se desea que el pincel resbale con más facilidad – se toma pintura de la paleta que tal vez ya viene preparada con los colores que el pintor usualmente emplea y, con el pincel se trazan las siluetas de los principales elementos: con mucha decisión.
Primero se da forma a cada uno con tonos principalmente oscuros. Más tarde se moldean dichos elementos con tonos medios, dándoles algún volumen. Se avanza con rapidez, sin pensar demasiado, más bien “sintiendo” el tema, que por supuesto debe ser del agrado del que pinta. La composición debe ser fresca, trayendo al encuadre esas cosas que capturaron la atención en aquél momento que se percibió su conjunto. Muchas de la pinceladas no serán exactas ni habrá tiempo de pensarlas demasiado; se está pintando del corazón directamente a la mano, acariciando las formas brevemente para avanzar por todo el lienzo al parejo.
Así, por ejemplo, las aves en el cielo podrían representarse con unas simples manchas corridas por el veloz movimiento, pero habrá que darles alguna variedad con luz. Hacia el final se debe dar luz con tonos claros, sobre todo en aquellos lugares que lo reclamen. Es como rascar la espalda: el que rasca debe seguir las indicaciones del que está de espaldas, para atinar al efecto más placentero. El lienzo mismo nos irá pidiendo las pinceladas de los tonos claros que darán definición. Ningún elemento se termina antes de los demás, ya que se contempla el todo. Si lo que se pinta es un paisaje al aire libre, habrá prisa por capturar la luz antes que se escape.
En el caso de pintar alguna persona será el cansancio de posar lo que nos apure. Ahora, que tratándose de una naturaleza muerta, aunque la prisa sea menor, habrá que evitar demasiada contemplación, pues se corre el riesgo de que el modelo nos capture a nosotros y acabemos por caer en un realismo no deseable en este estilo tan encantador, por sencillo. Al final, el resultado de una pintura a la prima debe ser, además de un logro estético, un diálogo con el objeto pintado y un ejercicio de relajación del alma.
Cuando se pinta alla prima se descansa la mente y se alegra el corazón. Es algo así como de pronto encontrarse con una persona simpática, de sangre liviana, con la que aunque no la habíamos conocido antes, de pronto establecemos un diálogo agradable, una charla cautivadora, una conversación de la vida cotidiana. En los casos más afortunados, el diálogo entre tema y pintor podrá ser tan penetrante e intenso que la pintura resultará una obra maestra, a pesar de haber sido realizada en escasas dos horas…tal vez menos.
Firmar una de tales pinturas es como firmar un acuerdo, una declaración afectiva. Más que comparar el acto de firmar una obra así con un amable apretón de despedida después del benévolo encuentro, lo comparo con uno de esos abrazos que se quedan para siempre, aunque ya hayan terminado.
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