¿Ahora si haremos caso?
El río Cuale es una sinfonía que produce todo tipo de sonidos a lo largo de su bellísima cuenca. Trinar de pájaros, el sutil desplazamiento del agua, la algarabía de los niños que gozan de sus encantos. Dicen que todo aquel que toma agua de este río, se queda en Puerto Vallarta para siempre.
El Cuale es una pieza fundamental en el imaginario e identidad vallartense y su valor simbólico viene desde la fundación del entonces Puerto de las Peñas. En la margen norte ocurrió el asentamiento promovido por don Guadalupe Sánchez Torres y su familia a partir de diciembre de 1851.
Ahí se dieron a conocer los sucesos de actualidad de la población en la segunda mitad del siglo XX gracias al encuentro de mujeres que lavaban la ropa aprovechando el correr del agua cristalina. También fue gesta de sucesos históricos como la habilitación del puente construido en cien días gracias al talento y experiencia de don Marcial Reséndiz y los vallartenses de la época. En ese lugar se apersonaron los impulsores de la Coalición hacia 1977 y muchos descendimos por su cauce en cámaras de llantas infladas.
Su localización privilegiada favoreció un intenso proceso de urbanización que lentamente fue ocupando las márgenes desde la desembocadura en el océano Pacífico hasta más allá de Paso Ancho. La relación armónica que existió entre la arquitectura Vallarta y el entorno quedó registrada en postales del hotel El Puente proyectado por Fernando Romero.
Sin embargo, la mentalidad del crecimiento turístico sin control ni consecuencias fue permeando en la comunidad vallartense y vimos ocurrir varios errores que mermaron la capacidad de resiliencia del cauce ribereño.
Y es que la complejidad en la dimensión hidráulica refiere al análisis de periodos de retorno calculados en escenarios de larga duración, que requieren datos de cien años para comprender como operan las variables de la cuenca. Pero los seres humanos, soberbios e incapaces, nos hemos querido convencer de que “nada pasa” si edificamos al lado de un escurrimiento pluvial.
La llegada del huracán Nora el 28 de agosto pasado, vino a desnudar una realidad que hemos negado por demasiado tiempo: rompimos la relación armónica que tuvimos con el territorio porque nos dejamos encandilar por la codicia, por la ganancia de corto plazo, transgresión basada en la frágil idea de que “no habría consecuencias”.
El deseo por tener más que los demás, ocupar los mejores sitios y abusar de los bienes comunes nos ha pasado la factura y la cuenta nos ha salido extremadamente cara. En esta ocasión, tuvimos que lamentar la pérdida de vidas humanas y para ello, no hay nada que lo compense.
Hoy, el Centro de Puerto Vallarta parece un campo de batalla y muchas personas han perdido a seres queridos o su patrimonio. Ya no podemos darnos el lujo de seguir cometiendo estos errores. 2 acciones son inaplazables: 1) ordenar el territorio basado en cuencas hidrográficas; 2) decretar una moratoria constructiva (por bando municipal) en las márgenes de ríos y escurrimientos importantes mientras se formula y autoriza el plan integral de ordenamiento territorial.
Hace dos semanas comentamos en este espacio sobre la urgencia por recuperar la sensatez en la forma de ordenar y conducir el crecimiento urbano. Una vez más, fuimos alcanzados (y rebasados) por la realidad dura y dolorosa que demuestra nuestra relación fallida con la naturaleza. ¿Ahora si haremos caso?