Ciudades inacabadas
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
Las ciudades son el sitio de asentamiento humano, creación de innovación y crecimiento económico y por ello, uno de los artefactos más fascinantes de la civilización y cuya particularidad es la contradicción, siendo espacio para la prosperidad y la miseria, para la paz y la violencia.
Una de las formas de visualizar la realidad urbana ocurre con sus elementos materiales, distinguibles en calles, plazas, edificios y personas, alentando que su modelación ocurra con orden y racionalidad. Así, los sitios centrales y las zonas de vivienda están completos y lucen terminados, envueltos en un paisaje atractivo. Esto se ha logrado con buenos niveles de satisfacción en países como Japón, Canadá, Estados Unidos o los integrantes de la Unión Europea, donde hay altos estándares en sus componentes edificados.
Un ejemplo ocurre en Florencia, cuna del Renacimiento, que logró conjuntar el talento humano para adaptar el territorio en una obra de arte consumada. Si observamos una pintura o litografía de hace medio milenio, comprobaremos que los rasgos originales se mantienen y muy poco ha cambiado en los alrededores. Nada altera la esencia de la ciudad, a pesar de que ha mantenido su evolución, permitiendo la construcción de nuevos edificios para satisfacer las necesidades actuales, pero que conservan el espíritu del lugar y lo trasciende.
En Latinoamérica, como en casi todas las regiones “en desarrollo”, da la impresión de que el proceso de urbanización está inacabado, y ello se comprueba en los espacios centrales, pero particularmente en los bordes y las periferias donde las contradicciones se exacerban. Si caminamos por el Centro Histórico de la capital mexicana, comprobaremos la alta calidad del ambiente, pero no costará trabajo identificar las deficiencias que están presentes. Ello se maximiza en barrios como bravos como Chalco o Iztapalapa, reuniendo piezas que parecen incompletas o desconectadas.
Sin embargo, las carencias en la modelación urbana también son expresión de la vitalidad de las urbes, y pueden constituir una oportunidad para que sus habitantes modifiquen el destino al que parecen condenados. Afrontarlo implica transformar la idea de que solamente el orden estético produce territorios florecientes, cuando en lo inacabado hay oportunidades fabulosas. Dos experiencias pueden ejemplificar esta aseveración: el primero, es la incorporación del Metrocable en Medellín (Colombia) mediante un sistema de transporte a base de teleféricos que conecta la zona central con las colonias marginales de la serranía del valle del Aburrá; el segundo, ocurre con una experiencia análoga en torno al Cablebús en la Ciudad de México, en particular en la línea 1 entre la estación Indios Verdes y Cuautepec.
En Puerto Vallarta, somos testigos de la vivencia desigual entre distritos, donde no es lo mismo transitar por Marina Vallarta, que por Campestre Las Cañadas. En el último caso, es palpable la precariedad en las condiciones de habitabilidad inducidas por los desarrolladores, cuyo objetivo fue especular con tierra de origen ejidal. Pero aún ahí, están dadas las condiciones para que la energía popular logre culminar su proceso de urbanización de manera virtuosa y vital.