El niño interior
SanaMente / Ana Paula González Toledo / Médico Psiquiatra
Aunque intentemos ocultarlas, es curioso cómo las heridas que más persisten frente al paso del tiempo no son las heridas físicas. Poco nos importa esa cicatriz en la rodilla del día en el que nos caímos de la bicicleta. Duele más y por más tiempo, esa palabra de nuestra madre o de nuestro padre que se hundió en nuestro corazón, para siempre. Las siguientes son los distintos tipos de heridas en el niño interior.
La herida de humillación
Cada vez que le dices a tu hija/o cosas como “¡No seas tan torpe!” o “Todo lo haces mal”, le estás humillando y crecerá con una terrible herida en su autoestima. Cuando crezca, se sentirá inferior a los demás, o por el contrario, intentará hacer lo mismo que sus padres le hicieron, convirtiendo a los demás constantemente en foco de burlas, intentando ‘camuflar’ su baja autoestima bajo una falsa máscara de prepotencia hacia los demás.
Ausencia de los padres
No hay un sentimiento más desolador en la infancia que sentir abandono. Esto le genera un vacío y una serie de miedos con los que tendrá que luchar el resto de su vida. Durante su edad adulta, buscan emociones fuertes, actividades de riesgo, al tiempo que rechazan el cariño y contacto físico.
La injusticia.
Sabemos que la justicia es algo que cambia en los niños según sea su edad. Por ejemplo, hacer con frecuencia regalos a uno de los hermanos y al otro no, tratar a los hijos e hijas de forma diferente, tener preferencia por alguien y que el resto lo note. Al crecer intentará mantener una postura rígida ante todo, posiblemente con autoritarismo, terriblemente perfeccionista y exigente consigo, como con las personas que le rodean. Muy poco dado al sentido del humor, será un adulto, ante todo, racional. Tendrá problemas para canalizar sus emociones y huirá constantemente de la soledad.
Sentirse rechazado
El rechazo, como la humillación, es una auténtica mina para la autoestima. Si papá o mamá le habla constantemente como “un estorbo” o le hace creer “que no es el hijo o hija que esperaba”, los infantes terminan creyendo que de verdad son un estorbo. Al crecer, tendrán una gran dificultad para expresar sus emociones, el miedo constante al rechazo le convertirán en un adulto incapaz de entablar relaciones personales estables. Preferirá la soledad.
Anular las emociones
Ese “no llores por tonterías” o “no te quejes y cállate”, hacen más daño del que se puede imaginar. Si se les prohíbe llorar, sentir ira o miedo, se está anulando sus emociones básicas. Se mostrará como un adulto frío y terriblemente racional, o por el contrario, al no ser capaz de controlar las emociones, puede que se transforme en un adulto demasiado impulsivo, incapaz de dominar sus momentos de euforia, pánico, dolor o ira.
Arrebatarle la infancia
Exigir responsabilidades de adulto a los niños y niñas, como trabajar a una edad que no corresponde, o aquellos que deben cuidar de sus hermanos siendo aún menores, o cuando se les exige sacar siempre las mejores notas, son sometidos a mucho estrés. Se les está privando de una infancia que jamás recuperarán. Esto genera una frustración que se transformará en falta de confianza en sí mismos/as y en algunos casos, desilusión por la vida.
La falta de afecto
Muy similar a la sensación de ausencia de los padres, cuando no se da suficiente cariño a un hijo o hija, se experimenta retraso en el desarrollo, tanto físico como emocional. De mayor tendrá muchos problemas para relacionarse con los demás, porque será incapaz de demostrar sus emociones, afecto hacia los demás.
No podemos cambiar lo que vivimos pero sí ser conscientes y comenzar hacer cosas diferentes. Sanar las heridas de tu niño te permitirá sanar a este adulto que eres hoy.