Vivir en la barbarie
La ciudad imaginada / Por: Dr. José Alfonso Baños Francia.
La decisión de doña Carlota no solo desconcierta, también revela que la violencia ha rebasado su propia espiral.
A principios de este mes, se registró un hecho que sacudió a la Unidad Habitacional ex-Hacienda Guadalupe en el poblado La Candelaria Tlapala del Estado de México: doña Carlota, una mujer mayor, fue detenida por su presunta participación en el asesinato de dos personas. El caso ha generado conmoción no solo por el hecho delictivo, sino por el perfil de la acusada, quien era vista como una figura respetada y tranquila. El motivo de la agresión fue la disputa por el arrendamiento u ocupación de una vivienda reclamada por ambas partes.
En una sociedad como la mexicana, marcada por años de violencia, impunidad y descomposición social, este suceso detona preguntas inquietantes: ¿qué lleva a una persona mayor a involucrarse en un crimen así? ¿Cómo influyen la desesperación, el abandono o el hartazgo en decisiones extremas?
La decisión de doña Carlota no solo desconcierta, también revela que la violencia ha rebasado su propia espiral y no distingue edad, género ni clase social. Ello nos motiva a examinar nuestro concepto sobre el bien y el mal, sobre la justicia y la responsabilidad. De paso nos recuerda que, en una comunidad polarizada y fracturada, puede volverse posible hasta lo impensable. Vuelve a escucharse la llamada urgente para reconstruir el tejido social antes de que más vidas, de cualquier estrato o condición, se sigan perdiendo.
Otro evento cuestionable sucedió el pasado 12 de abril durante una presentación del cantante Luis R. Conriquez en Texcoco, quien, acatando disposiciones oficiales, se negó a interpretar narco-corridos, provocando la furia de algunos asistentes, quienes arrojaron objetos al escenario y causaron múltiples destrozos en el recinto, no faltando los memes en redes sociales para mofarse de la reacción.
Este disturbio también refleja la degradación y cuestiona el papel de la música en la normalización de la violencia en nuestra patria. Mientras las autoridades buscan limitar los contenidos que glorifican al crimen organizado, parte del público defiende estos géneros como expresión cultural. La presidenta Sheinbaum ha enfatizado que no se trata de prohibir la música, sino de promover una conciencia cívica que evite glorificar la violencia sistemática y el narcotráfico cómo estilo de vida.
El caso de Conriquez exhibe la tensión entre libertad artística y responsabilidad social. En un contexto donde el terror ha permeado en casi todos los ámbitos, es crucial recapacitar sobre el impacto de los contenidos culturales en la percepción y aceptación de la violencia. Nuestra sociedad enfrenta el desafío de equilibrar la expresión artística con la adopción de una verdadera cultura de paz.
Ambos hechos motivan a la reflexión sobre la nación que estamos construyendo, que parece descarriada por el narcisismo e individualismo y cuya expresión se aleja de los valores humanos como son la colaboración y la paz. Dos acciones podrían apoyar en esta línea: la primera es la aplicación irrestricta de la ley, mientras que la segunda consiste en elevar la calidad de la educación y con ello, de los contenidos artísticos y culturales. La implementación de ambas estrategias podría disminuir la tendencia a sobrevivir en la barbarie.
