Unidad para prosperar
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
El ser humano nace como un ente solitario que requiere de la comunidad para sobrevivir. Inicialmente, el apoyo ocurre en el seno familiar, teniendo en los padres a las primeras entidades de identidad y socialización. Conforme va creciendo, entabla relaciones en ámbitos ampliados, como la escuela y el trabajo.
La necesidad de interactuar con otros dista de ser perfecta y la convivencia puede tornarse en un campo de batalla. Cuando choca un ego con otro, suelen salir chispas y estos encontronazos han sido constantes en la evolución de la humanidad. Hay que agregar que el afán de dominio y conquista (ya sea de territorios, personas o cosas) es una tendencia tan antigua como la vida en la tierra y que subyace en el inconsciente personal y social.
Si miramos cualquier fragmento de la historia, percibimos que hacer la guerra opera como un instrumento normalizado para el desarrollo de los países o colectivos. Quizá nunca ha existido un periodo de paz absoluta, el conflicto siempre está presente. Ello ha representado momentos dolorosos con situaciones clave como la Revolución Mexicana iniciada en 1910 o la Segunda Guerra Mundial a mediados del siglo XX.
Si miramos la crónica nacional, registramos la llegada de los peninsulares españoles a la región mesoamericana durante el siglo XVI, así como la posesión posterior para la corona castellana. Un factor clave en el proceso de conquista fue la adhesión de los antiguos pueblos sojuzgados por el imperio náhuatl, como los tlaxcaltecas, cuya masa de guerreros fortaleció a las huestes de Hernán Cortés.
Ya durante el Virreinato, se instituyó un sistema de castas que alentaba la división entre quienes vivían en la Nueva España. Y al lograrse la independencia formal de España, se nos fue casi todo el siglo XIX con profundas fracturas entre liberales y conservadores, que terminaron bajo la dictadura de Porfirio Díaz. Los excesos de ese régimen alimentaron el periodo revolucionario y posteriormente, volvimos a enfrascarnos en la eterna división con los regímenes priístas.
Lo inquietante es que, en los tiempos que corren, hay una tendencia por atacar a la unidad entre los mexicanos, descalificando, devaluando y persiguiendo a quien piensa o actúa diferente al régimen. Desde las más altas esferas de la Nación, el encono y la ruptura parecen ser la pauta para conseguir el poder y con ello, una serie de beneficios privados o partidistas.
Olvidamos que la única manera de acabar con los males que nos aquejan (como la violencia imparable, corrupción endémica y desigualdad lacerante) es alentar y promover una unidad real entre los mexicanos, cimentada en condiciones de paz, equidad y justicia.
En nuestro México no debemos colocarnos en casilleros como chairos y fifís, rubios o prietos, hombres o mujeres, sino tornarnos ciudadanos comprometidos en alcanzar la prosperidad que nos merecemos y que tenemos en la mano, pero que dejamos pasar al hacer caso a las voces resentidas que sacan provecho de la fractura nacional cotidiana.