Una metrópoli silenciosa
La ciudad imaginada /Dr. José Alfonso Baños Francia
Durante mucho tiempo tuve la ilusión de visitar Tokio. Me intrigaba conocer las condiciones de vida en la metrópoli que alberga a la mayor concentración humana en el mundo: 38 millones de personas, casi el doble que en la zona conurbada de la Ciudad de México.
Por mi cabeza pasaban una serie de imágenes adquiridas a través de los medios de comunicación: el metro atiborrado de pasajeros en horas pico, aglomeraciones por todos los rincones y tecnología de punta para realizar las tareas cotidianas.
Sin embargo, lo que encontré resultó una sorpresa. Mi primera impresión fue la escasa cantidad de vehículos en las calles a cualquier hora y por varios rumbos de la capital japonesa. No me tocó ver embotellamientos, ni prisa entre los motoristas, tampoco el sonido de bocinas para apresurar la marcha. Supongo que la respuesta está en la amplia red de transporte público que corre bajo tierra, con muchas líneas que conectan con una eficacia que da envidia y produce admiración.
Pero el metro tampoco parece rebasado por los usuarios y presta el servicio con altos niveles de satisfacción, facilitando su uso a los turistas o quienes no hablan japonés. Un detalle es que cada línea tiene una letra y cada estación un número, alentando la ubicación para los inexpertos.
Ello se materializa en una metrópoli donde se percibe un silencio que no parece corresponder con los millones de personas que se mueven todos los días. A esto se agrega la disciplina, el carácter reservado y un tanto taciturno de los japoneses, resultando en una experiencia difícil de creer para quienes poblamos en entornos caóticos como los mexicanos.
Otra nota distintiva es la limpieza que está presente en todo. Creo que nunca había estado una ciudad donde el cuidado del espacio público fuera tan impecable a pesar de que no abundan botes de basura en el mobiliario. Mantener limpio y ordenado es parte de la mentalidad nipona y lo llevan a un nivel que se agradece y cautiva. Fue imposible no comparar esto con la realidad vallartense, cuya comunidad llegó a valorar esta virtud pero que la hemos ido perdiendo por la imposición de criterios mediocres.
También destaca el cuidado que se aprecia entre las personas, donde los niveles de inseguridad y violencia son prácticamente inexistentes. Los infantes van solos caminando por la calle o utilizan el transporte público sin la necesidad de la supervisión paterna. Tampoco aparece la corrupción, lastre que elimina las posibilidades de prosperidad de cualquier sociedad, particularmente en la nuestra.
Caminar por Tokio ha sido una de las experiencias más memorables de mi vida. Siento envidia por ellos y lo que han conseguido y no dejo de sentir pesar por la escasa comprensión que tenemos acerca de los entornos comunes, silenciosos y limpios. Quizá no estamos preparados para esta conversación o simplemente hemos sido mal entrenados.