Tiempos de faina

El Gentil Expatriado (ictiosapiens.vallartensis@hotmail.com)

En honor a las mujeres del Sta. Gertrudis de hoy, quienes han construido una comunidad sustentable

Estuve ahí, en la faina, con el espinazo arqueado por horas y horas levantando matas de frijol. Hoy, ante mí se extiende un campo de tres cuartos de hectárea delimitado con cinco hileras de milpa por los cuatro costados. Para ser autosuficientes debemos respetar los tiempos en la evolución natural del año, cumplir con una actividad agrícola precisa. Ahora es la segunda semana de abril y son tiempos de faina. Así nombramos la siega de matas completas de frijol en greña. Aglomero la greña en bolas más grandes que lo que puedo abarcar de una brazada; sacudo la greña sobre una lona para formar un gusano gordo. La hojarasca y vainas que se desprenden son las puercas; con una vara de unos 2.5 metros de largo, del doble del grosor de un palo de escoba, golpeamos el gusano hasta que la semilla se desgrana de la vaina; garrotear o varear es el nombre de esta fase. La vareada comienza a mediodía; esta actividad persiste durante la fresca –dirían algunos–, hasta que el sol cuelga unos tres cuartos sobre la bóveda del cielo en su lento descenso hacia el Puerto de Vallarta.

En la faina mi jornal comienza justo desde que es posible ver las matas secas de frijol frente a mí. No hay tregua, ratos de descanso, alimento o agua hasta cuando el sol levanta el rostro por encima de las montañas vecinas. Es necesario arrancar de raíz las guías cuando están húmedas por el rocío de la noche; si no se hace así, la semilla se desprende y se pierde mucho grano. Descansar entraña retraso y esto, un arriesgo a que una lluvia temprana arruine toda la cosecha.

La siembra del frijol bayo inicia en enero; con machete y horquilla junto la maleza para apilarla y quemarla. Meto agua rodada por dos días hasta que todo el campo queda bien mojado en una capa de unos treinta centímetros de espesor. Mi campo descansa una semana después del riego. Cumplido este tiempo, con tiro de dos caballos, se hace polvo la tierra cruzando dos veces con el arado; con líneas muy juntas entrecruzadas. El tercer paso consiste en hacer los surcos, separados quince a veinte centímetros uno del otro, en el sentido de una pendiente suave de apenas 0.5 por ciento. En esto surcos se siembra la semilla. El segundo riego lo hago a los 22 días; después, mojo mi siembra cada ocho días, hasta que los granos de frijol están bien llegados. A los noventa días de la siembra, ni uno más ni uno menos, comienza la faina; así ha sido este calendario durante los últimos cincuenta años.

Mi descanso consiste en mirar dentro, durante y fuera del trabajo un paisaje magnífico matizado de color verde desteñido, verde mar y otros colores verdes café, manchados de ocre, morado, amarillo y rojo; escuchar el regular golpeteo del vuelo de cientos de palomas moradas, el rumor del río acariciando las rocas pulidas por la erosión del tiempo y los relámpagos de cientos, quizá miles de pericos y chachalacas. Mi mayor satisfacción es ver mi frijol bayo una vez cosechado de tez rosado pálido igual que los cachetes de mis hijos cuando los traje a este mundo. Un ingeniero me dijo que mi Tierra tiene un rendimiento de una tonelada y media por hectárea. Las cuentas que hago son simples, lo que cultivo me da para alimentar a mi familia todo el año; además, vendo parte de la cosecha y con ese dinero voy a Talpa a dar gracias a la virgen de allá porque ella me mantiene viva y me da fortaleza para desempeñar con probidad este rol que me ha tocado sobrellevar.