Representatividad en crisis

Red Interna / Por: Humberto Famanía Ortega

Una oposición institucional no puede caer en la trampa de los desprecios y los rechazos recíprocos que a nada conducen

He estado haciendo una serie de reflexiones y no cabe la menor duda de que necesitamos redefinir nuestro rumbo hacia estadios mejores.

Desde esta perspectiva, la visión ética del desarrollo debe encauzarse en una dimensión humanista, otorgando sentido y atención a los más pobres, marginados y a quienes han sido humillados en su dignidad. Debe orientarse, de manera especial, al sentido del progreso científico y técnico, sobre todo en el plano de la economía.

Si todos luchamos por alcanzar la armonía deseada en nuestras familias, es justo que también nos integremos como parte activa de nuestra gran nación. El gran desafío de la política en la actualidad es la moral.

Me parece que algo similar ocurre cuando nos referimos al carácter que debe tener el desarrollo de nuestros pueblos. La sociedad es el mejor juez, y muy pocas veces se equivoca.

Apatía y falta de representatividad

Para los gobiernos que realizan un buen desempeño, la apatía del ciudadano que se abstiene de emitir su sufragio termina, a la larga, por convertirse más en un espectáculo que en un beneficio.

En conclusión, la escasa participación de los votantes en estas llamadas “fiestas electorales” evidencia que, en su conjunto, los partidos políticos atraviesan una dura crisis de representatividad.

De no corregir las serias deficiencias en sus plataformas electorales, continuarán los mismos rechazos y la indiferencia ciudadana hacia las propuestas partidistas.

Existe una profunda desconfianza hacia las promesas, sobre todo las de carácter económico, que prometen mejores niveles de vida y mayores oportunidades para todos, especialmente para los que menos tienen. Falta credibilidad en lo que ofrecen las plataformas electorales, reina el escepticismo respecto al voto, hay carencia de liderazgo político y, en general, ausencia de líderes en los tres niveles de gobierno.

Todo esto representa un obstáculo para la tan proclamada consolidación democrática. Si esta tendencia continúa, las votaciones seguirán desplomándose.

Faltan alternativas políticas

Estamos ante un serio problema: si no existen partidos que garanticen una auténtica representatividad, sin reglas consensuadas para los comicios y sin la participación directa de la ciudadanía, el camino hacia la democracia se alejará sin remedio y las elecciones se verán empañadas, convirtiéndose en un ritual vacío.

Ya es tiempo de “medirle el agua a los camotes”, como decimos coloquialmente. Todos necesitamos ubicarnos en la realidad y enfocar nuestros esfuerzos en un objetivo común.

Nos está ganando la batalla la pobreza, la pérdida de las estructuras gubernamentales ante la impunidad y la inseguridad nacional. Todas estas situaciones nos mantienen en un estado de total incertidumbre.

También resulta de extrema gravedad la lucha interna estéril de los grupos políticos, a quienes parece no importarles la unidad de los mexicanos. Hoy asistimos a una verdadera crisis provocada por la pérdida de la certidumbre, que no es más que la pérdida del sentido que antes guiaba y orientaba nuestra existencia.

Entender el significado del mundo

Lo que más importa a los seres humanos es saber cómo deben conducirse. Lo que les interesa es comprender el significado del mundo y su propia presencia en él. Solo así lograremos formar parte productiva de nuestras comunidades.

Hoy, más que nunca, necesitamos partidos políticos comprometidos con la sociedad a la que se deben; partidos donde, una vez concluidos los procesos electorales, prevalezca la madurez política y se integren a los mejores ciudadanos en las tareas de gobierno. Solo así podremos aspirar a mejores resultados y a la prosperidad de nuestros pueblos.

Urge la integración plena de nuestros esfuerzos para obtener beneficios colectivos. Le recuerdo a quienes tienen el honor de servir a su pueblo desde una posición pública, que uno de los más preciados deberes es la defensa de la pluralidad. Sin embargo, la realidad es que el poder ha asumido, ante estas exigencias, actitudes distintas.

Cambio de rumbo

Es momento de ratificar el rumbo. Es tiempo de concertar, no de continuar con luchas nefastas que solo empañan la buena conducción de un gobierno. Siempre, quien suma y multiplica, saldrá adelante de cualquier responsabilidad. Todos sabemos que al mexicano le repugnan el dogmatismo y la rigidez en los asuntos públicos.

El pueblo rechaza los extremos ideológicos y a los llamados “iluminados”. Las crisis y los procesos de reordenamiento estimulan la discrepancia, la crítica, la censura e incluso el enjuiciamiento. Ahora, todas las fuerzas políticas deben encauzar su potencial hacia el bien común, asegurando que los proyectos y programas en beneficio de la ciudadanía se cumplan en tiempo y forma.

Una oposición institucional no puede caer en la trampa de los desprecios y los rechazos recíprocos que a nada conducen. Debe contribuir a construir las reglas de convivencia que permitan el funcionamiento eficaz de las instituciones del Estado e impulsen la implementación de una nueva política, donde el poder sirva sin distinciones partidistas.

Está demostrado que, cuando se busca aprobar una ley en beneficio de la comunidad, si se cuenta con la capacidad de concertación, se alcanza el éxito deseado. Vivimos tiempos modernos, con mayores oportunidades de participar en la competencia electoral.

Están surgiendo nuevas formas de ejercer el poder. Lo único que se requiere es encontrar reglas maduras y aplicables, que permitan la buena marcha de los tres niveles de gobierno, así como una relación respetuosa tanto con el sector empresarial como con el sector social, para que ambos sean atendidos de manera eficaz y oportuna.

Política con ética

Hoy en día, el mundo contemporáneo muestra una mayor sensibilidad ética en todos los niveles de la vida, lo que exige, necesariamente, una visión ética de la política. Desde ahí, debemos enfrentar los desafíos del desarrollo social y político que el presente nos impone.

Por ello, debemos asumir una responsabilidad integral. La verdadera significación de la vida política es construir y vivir la vida colectiva bajo una exigencia ética.

En este proceso, las relaciones humanas y las instituciones concretas juegan un papel determinante, permitiendo construir una verdadera comunidad de reciprocidad, en la que cada ciudadano reconozca al otro como un ser con dignidad y propósito.

Aparecen fenómenos preocupantes, como el abrumador crecimiento demográfico, el aumento de la pobreza y su marginación frente a los avances tecnológicos y de progreso, así como en la cultura y la libertad democrática.

Sabemos que, a diario, en el plano político, el poder ha protegido, muchas veces, la corrupción y la injusticia. Ya es hora de erradicar esta crisis, que está afectando a los tres niveles de gobierno y al propio pueblo. Nuestras instituciones públicas se están debilitando y exhiben una preocupante ineficacia.

En breve, entraremos en una nueva competencia electoral en la que ya estamos inmersos. Esperamos que este proceso no se limite al triunfo de un partido o un candidato, sino que conduzca a la construcción de una democracia de calidad.

Debemos construir horizontes ambiciosos que nos permitan diseñar estrategias capaces de derribar los muros más infames que aún existen, como lo es la negación de la dignidad humana.