Raíces profundas desde mi niñez
Red Interna / Humberto Famanía Ortega
No me cabe la menor duda, lo que bien se aprende nunca se olvida. Con mucho honor comparto la enseñanza que recibí en 1960 a la edad de 11 años en el Seminario Diocesano de Tepic durante 24 meses. Fue la base de mi vida para crecer con los valores que me han servido de acicate a lo largo de mi existencia, mi agradecimiento a mis padres y al señor cura licenciado Rafael Parra Castillo, mi guía espiritual, ellos en la actualidad gozan de la eternidad. Me inculcaron mi religión católica, misma que día a día se fortalece más. He entendido a través del tiempo, que Dios habla por señales, todo es cuestión de reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, y con sinceridad evaluarnos constantemente para comprender nuestra justificación ante la vida.
Quiero compartirte que llegaron a mi mente pasajes llenos de grandes nostalgias, esas que alimentan el alma, al observar con admiración al Monseñor Carlos Aguiar Retes en el momento de la celebración de su XXV aniversario como obispo. Me remonté a 1960, año en que ingresamos a la Apostólica, desde el primer momento que lo conocí fuimos amigos, incluso compartimos comisiones de trabajo al interior de la institución católica que debíamos cumplir para su buena marcha. Siempre muy jovial, sencillo e inteligente, desde ahí observé que iba a llegar muy alto por su espiritualidad. Qué dicha tan grande, nuestra generación recibió la educación con principios que hoy en día nos moldea a todos desde nuestra trinchera. Dios nos da lo que nosotros deseamos, ni más ni menos, no me canso de agradecerle por esa etapa de mi vida que sembró la esencia en el amor a él.
A través del tiempo, te das cuenta de que toda victoria que logramos, es un don de la gracia divina. Esencial en nuestra vida es comprender que para amarnos, necesitamos la mediación de la mirada de alguien que como el Señor por boca de Isaías nos diga ´´Eres a mis ojos de muy gran estima, de gran aprecio y te amo¨. Cuando nos apartamos de Dios desgraciadamente, se priva al mismo tiempo de toda posibilidad de amarse así mismo. En nuestra vida social sufrimos frecuentemente la tensión constante de responder a lo que los demás esperan de nosotros, lo cual puede acabar resultando agotador.
Muchos fueron los pensamientos que pasaron durante mi estancia en ese santo recinto de la Basílica de Guadalupe, en el momento de la con-celebración eucarística, ante este mundo tan convulsionado, sobre todo en situaciones que tienen su origen en nuestra conducta. Por lo tanto, podemos elegir y experimentar lo que deseamos vivir, aun con el sufrimiento implícito, o evitar sufrir, pero sufriendo más porque tenemos eso que no queremos o anhelamos en nuestra vida. Es por eso que debe de quedar en lo profundo de tú ser lo siguiente: ¡Hazte responsable de tu vida, porque tú y solo tú decides cómo es y será!
El sentido de la amistad después de tantos años florece más cuando sigues al pendiente del camino que emprendemos cada uno de nosotros en cada etapa de nuestra vida. El próximo año cumplimos 50 años de nuestra profesión si Dios lo permite, yo como contador público, mi con-discípulo ordenado como sacerdote, acontecimiento importante en nuestras vidas. Caminos diferentes, pero con grandes raíces, siempre con la finalidad de servir a nuestros semejantes con honestidad, capacidad y con un alto espíritu de solidaridad. Qué alegría siento en lo más profundo de mi corazón por habernos cruzado por el camino, ahora mi amigo Carlos ungido como Cardenal y Arzobispo Primado de la Ciudad de México; me siento muy orgulloso, motivado a seguir sembrando amor a Dios para trascender y justificar mi existencia.
Estos tiempos de grandes cambios, requieren de la absoluta devoción por alcanzar los valores universales de la vida. Cuando nos hallemos interiormente oprimidos, muchas veces no habrá otra razón que esta: Nuestro corazón es mezquino en sus disposiciones hacia el prójimo, y se niega amar y a perdonar con generosidad. Es importante tener en cuenta que una de las condiciones indispensables, es la capacidad de vivir el instante presente. Este tema absolutamente fundamental es el que nos disponemos a desarrollar ahora.
Gracias infinitas por haberme invitado a esta ceremonia de agradecimiento a Dios, siempre estará grabada en lo más dentro de mi ser; reconfirmo con respeto que Dios es el eterno presente. Dicen que la escalera de la perfección no tiene más que un peldaño, el que subo hoy. Hoy me decido a poner toda mi confianza en Dios, hoy elijo amar a Dios y al prójimo.
El propósito de este reencuentro lleno de fortaleza y amor; aumentar la fe, esperanza y caridad.