Paseando Perros
Por: Federico León de la Vega
Es una escena común: los amos de perros salimos a pasearlos y, en un alarde de civilidad, llevamos bolsitas de plástico por si acaso. Me disgusta usar la palabra, pero diariamente llenamos de caca millones de bolsitas de plástico, complicando el reciclado y estropeando parte del paseo. Es molesto caminar por lugares donde abundan los perros, encontrarse con excrementos y con toda esa gente acarreando bolsitas rellenas.
Hay lugares como la colonia Condesa en México, donde se percibe intenso hedor amargo, especialmente en el parque México, donde tantos llevan a pasear sus perros. En Vallarta a veces sucede en la playa. Desde luego amo los perros. ¡Yo tengo dos! Tenía tres, pero uno lo robaron hace poco, justo después de bañarlo. También amo la colonia Condesa, con tanta gente educada que lleva bolsitas de plástico. Sin embargo, son tantos los perros, que cada depósito para basura de calle desborda de bolsitas rellenas de excremento.
Es de esas veces que añoro mi vida en el rancho. Por ese rumbo quiero llevar este artículo. En un rancho de Chiapas donde viví algunos años tenía 15 perros, 7 caballos (los gatos nunca los conté) y nunca necesité bolsitas, ni hubo malos olores. Los perros buscaban su lugar…nunca me enteré cuál era. Yo salía a pasear con todos, a pie o a caballo, y la naturaleza hacía su trabajo, reciclaba todo en automático y todo olía bien. La única basura que se acumulaba era la de los envases y latas de condimentos que a veces comprábamos. Las latas servían para plantar flores y los frascos para conservas.
Me pongo a pensar en ese intento voraz que hace la “civilización” actual por reproducir la creación en forma sintética. ¿Qué pasaría si volviéramos al campo?, ¿a vivir con más espacio, menos cosas y a dejar que la creación funcione como lo hace por naturaleza?, ¿si dejáramos el pavimento por los caminos de tierra?
Digo, esa sería una alternativa a la realidad actual. Espacio definitivamente no falta. El país y el mundo tienen mucha tierra, pero no está repartida. Hemos desarrollado la costumbre de vivir hacinados en departamentos cada vez más pequeños, en edificios cada vez más altos, reduciendo el campo que nos rodeaba a parques que se encojen con la presión del desarrollo urbano. Por desarrolladores que pugnan por el máximo beneficio económico sobre sus terrenos. Las consecuencias de vivir tan apretados son graves en casos de terremotos como los de la CDMX y pueden serlo más, si llegara a presentarse una larga falla en el suministro de energía.
En fin, solo estaba pensando en todo eso mientras paseo a mi perro y observo a mis vecinos hacer lo mismo, espiando a ver si llevan sus bolsitas. En un descuido alguien se hará tonto y ahí quedará una muestra.