Paisajes literarios
La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia
De acuerdo a la Real Academia Española, la palabra paisaje se deriva del francés “paysage”, referido a un territorio rural o país.
En la versión castellana tiene tres acepciones. La primera, entendida como parte de un territorio que puede ser observado desde un determinado lugar; la segunda, referida a un espacio natural admirable por su aspecto artístico; mientras que la tercera lo acerca a una pintura o dibujo que representa un paisaje o espacio natural representativo o sublime.
Así, el paisaje está acotado a una porción territorial que es abarcada por la mirada desde un punto de observación específico, normalmente fijo pero que puede cambiar. En general, el espacio se mantiene relativamente inalterado mientas la relación de observación es fluctuante.
Contemplar al paisaje supone una relación entre sujeto y objeto, implicando un proceso de formación de la mirada donde acontecen variaciones de intensidad y sensibilidad, entrando en juego los dispositivos de valoración que el colectivo social aporta sobre lo que se debe mirar, como hacerlo, con qué intensidad y bajo cuáles parámetros.
Pero también ocurre una tensión entre objetividad (el territorio y sus fragmentos) y la subjetividad de la mirada, radicando ahí el efecto seductor del paisaje y sus lecturas que se van desdoblando en posibilidades casi infinitas, tantas como sean los/las participantes y sus historias.
Así, el paisaje está en la mirada gracias al filtro de procesamiento perceptual del objeto mirado. Con ello, se pone en marcha un mecanismo de retroalimentación porque la mirada confiere nuevas pautas para valorar lo admirable, ya sea por su aspecto artístico, o ambiental y científico.
El paisaje ha sido estudiado extensamente en la disciplina geográfica resultando en aportaciones significativas, así como en las artes, con contribuciones en la expresión pictórica, al mostrar en una superficie bidimensional las singularidades ocurridas en tres dimensiones.
Con lo dicho hasta aquí, me permito compartir el método sugerido por Eloy Méndez para categorizar los “paisajes literarios”, entendidos como una invención visual dotada de significados por parte del observador, y que en las artes ha servido como caja de resonancia para su comprensión. Bajo estos argumentos, la palabra escrita tiene la capacidad de nombrar y adjetivar la recreación verbal de la mirada.
Vale mencionar que Méndez apunta que las emociones son registradas en la palabra, creando atmósferas, dando vida a personajes y lugares y modelando puestas en escena. Ello facilita el tránsito de la experiencia estética a su transmisión, aportando claves para descifrar al paisaje desde los significados que lo componen. Para calibrar a los paisajes literarios, sugiere dos ámbitos o escalas: en pueblos o en ciudades, tomando obras claves de la literatura de la pos-revolución mexicana donde son traídas a cuentas dichas aseveraciones.
Si bien los paisajes literarios como categoría de análisis están en fase de experimentación, es interesante compartirlo para “mostrar la dimensión físico espacial de las historias imaginarias como pauta de verosimilitud, así como la indefinida frontera legible del paisaje respecto a la narrativa general”, en palabras de Méndez.